Hoy, la Khan Academy es mucho más que en nuestros primeros días, cuando estaba yo solo. Tenemos un equipo de más de 200 miembros a tiempo completo y cientos de miles de voluntarios y donantes en todo el mundo. El impacto que tenemos y este premio se deben a todos ellos.
Para los que no conocen la Khan Academy, somos una organización sin ánimo de lucro con la misión de proporcionar una educación de calidad y gratuita, para cualquier persona, en cualquier lugar. En la actualidad, llegamos a aproximadamente 100 millones de estudiantes al año en casi todos los países, a través de preguntas de práctica, videos y software gratuitos y no comerciales que abarcan todos los niveles, desde preescolar hasta la universidad, en materias que van desde las matemáticas hasta las ciencias, pasando por la escritura. Para los estudiantes que nos usan por su propia cuenta, imaginen que somos su tutor gratuito para todo lo que necesiten aprender o practicar. Para los 250,000 profesores que nos usan en sus aulas, imaginen que somos un asistente virtual que, en lugar de hacer pasar a todos los alumnos por el curso al mismo ritmo fijo, permite a cada uno aprender y practicar en su nivel.
Hay más de 40 proyectos de traducción en todo el mundo y estamos especialmente orgullosos de que la versión en español de la Khan Academy sea la más desarrollada. Pero a pesar de lo lejos que hemos llegado en los últimos 10 a 15 años, sigue habiendo una necesidad muy grande en el mundo y tenemos mucho más camino por recorrer. Nuestra visión es la de un mundo en el que cualquier niño, incluidos los niños en aldeas remotas y regiones devastadas por la guerra, pueda aprender y aprovechar su potencial y tener un salvavidas para participar en el mundo en general.
Para evidenciar esta necesidad, compartiré con ustedes la historia de Sultana. Hace 7 u 8 años, era una brillante estudiante de secundaria en Afganistán. Sin embargo, los talibanes capturaron su ciudad y prohibieron a las niñas ir a la escuela, amenazándolas con violencia incluso si lo intentaban. Así que Sultana tuvo que quedarse en casa, cocinando y limpiando todos los días durante más de 10 horas.
Afortunadamente, su cuñado vio que tenía curiosidad y le compró un ordenador portátil con conexión a internet. Poco después, ella leyó un artículo en la revista Time sobre la Khan Academy y pensó para sí misma: “¡Esto es lo que necesito!”. Terminó pasando cada momento que estaba despierta, cuando no hacía las tareas domésticas, navegando por el sitio web. Pronto se dio cuenta de que estaba aprendiendo más que sus hermanos en las escuelas controladas por los talibanes. Aprendió desde matemáticas de primaria hasta álgebra, geometría, trigonometría y cálculo. Luego aprendió biología, química y física.
Cuando tenía 17 años, había decidido por sí sola que quería estudiar en los Estados Unidos para convertirse en física teórica. Así que mintió a sus padres y viajó a Pakistán para hacer el SAT, que es un examen de admisión a la universidad en los Estados Unidos, porque no se ofrecía la posibilidad de hacerlo en su país. Como se puede imaginar, es sorprendente que le haya ido bien a alguien sin educación formal, mucho menos en inglés.
Varias universidades la aceptaron, pero tuvo problemas para obtener un visado de estudiante o el importe de la matrícula. Afortunadamente, el New York Times se enteró de su historia y escribió un artículo editorial titulado “Conoce a Sultana, la peor pesadilla de los talibanes”. Ese artículo le abrió las puertas para obtener asilo político hace dos años. Hace solo unas semanas intercambié algunos correos electrónicos con ella. Sultana acaba de pasar el verano investigando sobre computación cuántica en CalTech, una de las mejores universidades del mundo.
Por asombrosa que sea la historia de Sultana y las cosas increíbles que hará por el mundo, imaginen a los millones más que tal vez no hayan encontrado su salvavidas. Piensen en el potencial perdido, para ellos y para el mundo. Piensen en las direcciones negativas en las que ese potencial a menudo se canaliza en la ausencia de oportunidades.
Y no tiene por qué estar en una parte remota del mundo. Todos los días, decenas de millones de niños pierden la confianza cuando no tienen el apoyo que necesitan en la escuela. Los maestros y profesores están haciendo el heroico servicio de tratar de satisfacer las necesidades de cada alumno, pero es muy, muy difícil si sus alumnos no tienen más apoyo.
Déjenme ser claro al respeto. Si tuviera que elegir entre un maestro o profesor increíble y una tecnología increíble para mis hijos o la de cualquier otra persona, elegiría siempre al maestro o profesor increíble. Pero, ¿qué pasaría si esa tecnología gratuita y no comercial se pudiera utilizar para empoderar a esos grandes enseñantes?
Mucha gente asume que la tecnología, por muy productiva que pueda ser, puede ser también una fuerza para deshumanizar a la sociedad. Ese es un riesgo muy real, pero, en mi opinión, no tiene por qué ser así. De hecho, creo que la tecnología puede usarse para hacer nuestras vidas más, y no menos, humanas. Imaginen un mundo donde la hora de clase ya no se dedica a escuchar pasivamente la lección, sino para que los niños colaboren y trabajen a su propio tiempo y ritmo. Imaginen que el papel del enseñante cambia de ser el de un conferenciante a ser el de una persona empoderada con información que le ayuda a tener las mejores interacciones personales con sus alumnos. Imaginen un mundo donde cada niño verdaderamente tenga acceso a una educación de calidad y gratuita. Ese me parece a mí el más humano y el más humanitario de los mundos.