Uno está construido de ramalazos, y debido a esa raíz ejercemos desde el alba de la existencia de un término, el llamado astur, ya mencionado por Plinio en el siglo II de nuestra era.
Somos antiguos, aunque no viejos, pues si se repasa uno de los libros de Luciano Castañón, “Asturias vista por los no asturianos”, veríamos como desde Herenium (80 años antes de Cristo) esta tierra nuestra que hace cara al montaraz mar Cantábrico, ha sido mascaron de proa o punta de lanza de todos los avatares históricos de la Península Ibérica.
Hoy sucede los mismo, y el Principado, que todos los años por estas fechas acaparan la atención del planeta, se realza en acto que conforma “el cuadro de honor de la humanidad”: los Premios Princesa de Asturias.
En la actualidad el nombre de Oviedo, el Hotel Reconquista, marco para el encuentro con los galardonados, o el Teatro Campoamor, escenario incomparable de la entrega de los galardones, forman segmento de la idiosincrasia de una urbe, que ha sido plasmada con pinceladas sólidas, certeras, por uno de los más distinguidos cineasta: Woody Alen.
El neoyorquino expresó con soltura poética unas palabras ya conocidas: “Oviedo es una ciudad deliciosa, exótica, bella y peatonalizada; es como si no perteneciera a este mundo, como si no existiera... Oviedo es como un cuento de hadas”.
Y pocas veces mejor dicho.
La Vetusta de “Clarín” o la Pilares de Ramón Pérez de Ayala, es un friso de tonalidades recónditas bajo la sombra de un impresionante altozano con dos aljófares de canto talladas sobre el prerrománico asturiano: uno, San Miguel de Lillo; el otro, Santa María del Naranco.
Abajo, en el valle, como una aguja cincelada, “la torre de la catedral, poema románico de piedra de estilo gótico, obra del siglo dieciséis, aunque antes comenzada” como la contemplaba el magistral don Fermín de Pas por los ojos de Ana Ozores en la novela “La Regenta”.
En ese contexto, germinaron para la posteridad los premios bajo el nombre del heredero o la heredera al trono de España, y a la par la Fundación del mismo nombre, auténtico motor de una imagen atrayente y social bajo la protección de la Casa Real y la plena colaboración de las autoridades del Principado.
Alguien ha dicho, que una idea es suficiente para agitar los cimientos de una sociedad, y ese ramalazo fue la que cruzó por la mente de Graciano García, “alma máter”” de la Fundación Príncipe de Asturias y por ende de uno de los galardones más respetados, anhelados y resaltados en todo el planeta.
El relevante concepto fue abonado así mismo por el empresario Pedro Masaveu, que aportó la primera dadivosa ayuda financiera para llevar adelante un concepto que catapultó a la región asturiana por los cuatro puntos cardinales.
La Fundación y su principal actividad - la concesión y entrega de los Premios - nacieron para hacer historia ya consolidada y expresar con ello la gratitud de Asturias hacia quienes con su acciones engrandecen a la humanidad y ayudan con ello a hacerla mejor.
A partir del primer otoño de la primera entrega en 1981, han recibido el galardón con la escultura de Joan Miró, docenas de instituciones e intelectuales muy representativos de todos los continentes y gracia a labor admirable y solidamente reconocida, el espíritu de nuestra tierra ha sembrado reconocimiento invalorables, sueños hechos realidad y afanes que han ayudado a levantar un puente de valores incomparable del Principado al resto del mundo.