La política se ha convertido en una actividad denigrada, despreciada, vilipendiada. Está rodeada por la mentira, la falsedad, el engaño, el fariseísmo, la demagogia vacía.
Hace unos días leía una viñeta en la que un hijo le decía al padre: «Papá, he decidido hacer carrera en el crimen organizado», a lo que el padre contestaba: «¿En el Gobierno o en el sector privado?».
Los políticos se han olvidado del bien común y solo piensan en su propio interés.
Si se les despojara del manto protector que les ofrece el sistema que ellos mismos han creado en su propio interés, pocos se salvarían de resultar imputados por la práctica totalidad de los delitos contemplados en el Código Penal.
¿En qué empresa privada se permitiría que sus trabajadores se autoasignaran el sueldo y que cobraran sin trabajar? ¿En qué organización se permitirían la prodigalidad de crear comisiones de trabajo con derecho a percibir pluses retributivos a sabiendas de que dichas comisiones no tendrán función alguna? ¿En qué organización seria se abonan indemnizaciones por cese cuando aún no se ha empezado a trabajar? ¿En qué empresa que vele por sus intereses económicos se entregan tabletas, móviles y ordenadores a sus «trabajadores» cuando aún no han iniciado su actividad? En fin, los agravios son interminables y ahondan en el desmerecimiento.
Para los que hicimos Derecho a caballo entre las décadas de los sesenta y los setenta, nuestro autor de cabecera para estudiar lo que entonces se denominaba «Derecho Político» (obviamente, no teníamos Constitución) era Maurice Duverger, Profesor de Derecho Administrativo y Constitucional, materias ambas que en la época era normal que se cultivasen conjuntamente.
Los comentarios del insigne francés siguen plenamente vigentes a día de hoy. Decía Duverger que vivimos con una noción totalmente irreal de la democracia, forjada por los juristas, siguiendo a los filósofos del siglo XVIII. «Gobierno del pueblo por el pueblo», «gobierno de la nación por sus representantes» son bellas fórmulas para facilitar los entusiasmos y los desarrollos oratorios, pero no significan nada. Nunca veremos gobernarse al pueblo por sí mismo.
Todo gobierno es oligárquico, ya que implica, necesariamente, el dominio de un pequeño número sobre la mayoría. Ya lo había dicho Rousseau: «Jamás ha existido verdadera democracia».
Los hechos lo evidencian. Existe un poder absoluto del partido dominante en cada momento que le permite adoptar con absoluta impunidad cualquier decisión por contraria que sea al interés público.
¿No me satisface el resultado de las elecciones? No hay problema, provoco otras a costa de seguir gastando inútilmente ciento diez mil euros diarios en salarios de diputados y senadores que cobran por no trabajar.
Ahora bien, ni todos los curas son pedófilos, ni todos los musulmanes son fanáticos, ni, por supuesto, todos los políticos son infames. Hay pequeños destellos que nos permiten recuperar la fe en nuestros representantes.
Esa suerte de ave fénix surge de un olvidado ayuntamiento de la Asturias rural, de la Asturias que hace bueno el lema «Paraíso natural». Nos estamos refiriendo al concejo de Ponga, situado en el sureste de nuestra región, con una orografía montañosa, una gran riqueza cinegética y una belleza incuestionable.
Marta, Alcaldesa del concejo, socialista ella -y eso añade un plus de valor a sus palabras-, con una gallardía desconocida, alza su voz contra el parón que supone ir de nuevo a elecciones y en una carta pública nos dice que se siente defraudada y frustrada por no poder atender las necesidades imperiosas de su gente, con la que convive a diario.
Marta regenta un pequeño municipio (600 habitantes), pero demuestra grandeza de corazón, nobleza, generosidad, honestidad, sinceridad, atributos que escasean en el ámbito político.
Lo dijo Séneca: «El que es valiente es libre».