Aclaremos, en primer lugar, que «epónimo» es el nombre de una persona que sirve para designar un acto o un hecho. Así, el lenguaje de los ciegos se llama braille porque su inventor fue Louis Braille y el síndrome de down pasó a la historia con esa denominación porque fue descrito por John Down.
En España, en el ámbito de la política, se ha instalado la cultura de los epónimos.
Así, hacer un Rajoy es ser propuesto por el Rey para ser investido como Presidente y no aceptar; hacer un Sánchez es plagiar, y hacer un Rivera es hacer una pirueta semántica y desdecirse de lo que se dijo ayer.
Pues bien, Sánchez se hace un Rajoy, el Presidente del Senado se hace un Sánchez y Rivera se hace un Rivera imitándose a sí mismo.
Sánchez incluso supera a Rajoy porque dispuso de dos opciones para ser Presidente y desistió de las dos. Es sabido que el sueño del Presidente en funciones es tentar de nuevo la suerte y confiar en que las urnas le deparen un resultado más holgado que le permita gobernar sin ataduras.
Yo hubiera aceptado la oferta de Rivera, que evidencia sus cualidades de defensor del orden y de la legalidad; todo menos gobernar con un fariseo, falso, mentiroso y demagogo. La triple condición de Rivera es de una lógica aplastante.
Crear una comisión para estudiar la aplicación del 155 en Cataluña si no se respeta la sentencia del procés y se producen altercados es algo a lo que estamos abocados inexorablemente.
El problema catalán solo se soluciona con una legión de docentes sensatos que impartan pedagogía y no ideología; en su defecto, con una legión de psiquiatras que estudien este fenómeno de locura colectiva; en ausencia de lo anterior, con una legión de férreas medidas de control de la autonomía dimanantes del 155, y, en último término, con la Legión.
Vinculado a lo anterior, que se garantice que no habrá indultos es de sentido común. Los que puedan resultar condenados han gozado de un juicio con todas las garantías procesales, muy superiores a las de cualquier ciudadano, por el excesivo celo del Presidente del Tribunal en imitar a la mujer del césar. En todo caso, un indulto sería un insulto a la división de poderes y una afrenta a la ciudadanía, a la vez que alentaría nuevos movimientos separatistas.
La prohibición de subir los impuestos a la clase media y mantener las cuotas a los autónomos son medidas de pura equidad fiscal.
¿Por qué no se aborda la reforma de una Administración mastodóntica, de un sector público desproporcionado o la disminución del ingente número de eventuales, cobijos todos ellos de familiares, simpatizantes, militantes y amigos?
La recuperación de un gobierno constitucionalista en Navarra sería la mejor prueba de arrepentimiento de Sánchez y lo encumbraría como un auténtico estadista.
Dice Sánchez que las condiciones exigidas por Rivera ya están cumplidas: cinismo puro; lo habitual en política.
El PP ha quedado desplazado de este proceso de almoneda, quizá porque tiene que solventar disidencias internas que no superará en tanto no proceda a una auténtica limpieza de rajonistas y sorayistas: Feijoo y Alonso sobran. Estarán creando problemas permanentemente.
Afortunadamente, parece que Iglesias tiene poco juego. Decía Nietzsche que todo hombre tiene dos facetas: «Para ver entera una cosa es preciso que la persona tenga dos ojos, uno de amor y otro de odio».
Entre Sánchez e Iglesias solo hay odio. Las elecciones suponen un gasto similar al de sufragar todas las consecuencias de la DANA. Valoren.
Y ya que estamos de epónimos, me hago un Sánchez: «Hay dos clases de hombres, quienes hacen la historia y quienes la padecen».