Un ramalazo nos llegó a la Valencia mediterránea en que moramos nuestro exilio interior, anunciando el fallecimiento de Luís José de Ávila, compañero de extensos y vinculados tiempos.
Durante más de 50 años hemos cosechado mutuos afectos con otro ser afectuoso: José Vélez. Los dos formaron un conjunto de proyectos e ilusiones que el periodismo astur debe evaluar y reconocer.
Nuestra revoloteada existencia o algo parecido, nos llevó al diario “Región” con apenas 20 abriles, envueltos en una gresca permanente con aquella Asturias del hambre y el estraperlo.
A partir de ese tiempo memorable Ávila nos envolvió en afectos perdurables.
Verdad es que los humanos, sin dioses que resguarden tanto desasosiego interior, cuentan con la señal de la amistad, espolón de la vida para sujetar miedos y magullados pesares.
En cada época todo se convierte en polvo menos la esencia del compañerismo, al ser una irisación en el aliento del alma y un lazarillo agradecido.
Lo que refiero es historia y nos devuelve en un instante a la redacción de “Región”. Esa tarde Ricardo Vázquez- Prada, su director, le dijo a Luis José de Ávila, recién titulado periodista, mirando mi enclenque persona: “Cuida desde ahora a este guaje con cara de fame que quiere garrapatear cuartillas como si fuera un gorrión de casero vuelo”.
En ese tiempo Ricardo había terminando su libro “Entre las brañas”, y nos observó quizás como una brizna tiritando de frío sobre una majada humedecida.
La redacción de “Región” ha sido una escuela apasionante del periodismo asturiano, y Ávila la completó hasta su cierre.
Desde aquel momento la amistad ha sido una cuantía creciente. Con ella he conocido la honrada y profunda camaradería.
Mis largos años en Venezuela no menguaron las relaciones, y durante los viajes a España siempre tuve parada y fonda en Oviedo para continuar con él y Vélez las antiguas charlas interminables.
Nombrar aquí a Ricardo, Merceditas Cabal Valero, Julio Ges, Eduardo Márquez, Sierra, Magadan Tino, “Don Mendo Miguel Rama…. Y tantos otros redactores y colaboradores sería tarea interminable, pero ahí está la auténtica historia que aún conservo activa y que en Ávila ha tenido un pedestal indestructible.
El periodista va desguarnecido ante la profesión: lleva solamente bolígrafo, papel, grabador o cámara. Y ahí está, en medio de la trifulca o el suceso cotidiano, en primera fila, jugándose la puñetera vida por una misión muy por encima, la mayoría de las veces, de sus propias fuerzas, al tener la irresponsabilidad de un loco, la templanza de un cuerdo, la valentía del deber por encima del propio miedo, y esa ingenuidad de creer que vale la pena jugarse la existencia por algo tan prosaico, poco definido y hasta fantasioso, como el derecho a informar.
Y todo por el incontrolado deseo de ir en pos de la verdad, aún a sabiendas de que ella será la primera víctima en esa búsqueda. No es masoquismo, sino pasión desbordada: el periodismo sigue siendo la profesión más apasionante para todo hombre o mujer con sueños. Una labor de seres honestos, donde los pequeños deslices nacen más de la zozobra que de una calculada mala intención.
Se habla muchos sobre las “fake news”, noticias falsas, pero nunca llegan a cubrir de niebla la verdad de los sucesos que acontecen.
Convendría no olvidar que sin libertad de pensamiento, la humanidad estaría en los albores de la Baja Edad Media. Y si hoy nos encontramos en medio de un progreso de valores sostenibles, es debido al sacrificio de hombres y mujeres imbuidos de noble intrepidez, los cuales rompieron con arrojo las cadenas de la opresión.
Estas pequeñas líneas son nuestro afecto hacia Luís José Ávila, quizás el representante más valorado de la ultima generación asturiana de periodistas con valía y esfuerzo.
La próxima visita a Oviedo, donde la primera llamada era siempre para él, acudiré con mi esposa a su tumba y charlaremos un largo tiempo. La muerte no fragmenta nada, solamente es un cambio de espacio.