En la Mostra Cinematográfica de Venecia se hizo la presentación cinematográfica de la adaptación de la novela de Jerzy Kosinski “El pájaro pintado”. La cinta, del checo Veclav Marhoul, ha recibido adhesiones de público y critica, al exhibir el dramático albur de los niños y niñas en los conflictos bélicos, los mismos que hoy, ayer y siempre, son un suplicio desgarrado.
Los peligros armados hieren a las endebles criaturas, mientras sus cuerpecitos se maceran en el cuenco de las atrocidades antes de poder llegar a un refugio para inclinar sus cabezas.
Solos e indefensos, la mayoría terminan traumatizados, malheridos e incluso se les mutila para salir a las calles a solicitar limosnas. Y lo terrorífico: convirtiéndolos en “niños soldados”, algo que ha narrado de manera testimonial en sus reportajes, el periodista Ryszard Kapúscinski en Angola
Los impúberes son fieros sin saberlo. Es la naturaleza misma antes de que le llegue el soplo del sentido común y la responsabilidad tal como la entiende la raza humana. En cada uno de ellos el dolor y la muerte es igual a un juego; no saben discernir un delito real de otro visto en la televisión. Nadie puede considerarlos intrínsecamente malos. La psicología infantil sigue siendo una asignatura pendiente.
En “El pájaro pintado”, Jerzy Kosinski atestiguaba que los padres siempre están persuadidos de que lo mejor para asegurar la supervivencia de un hijo durante los horrores de una conflagración, es alejarlos de ella, enviarlos al abrigo de una aldea lejana, perdida en la inmensidad de cualquier parte.
Cuando eso sucede, muchas de esas criaturas, por una causa u otra, se suelen perder por los vericuetos de un peregrinar inexorable entre los campos minados del sufrimiento.
Posiblemente se tendría que encerrar a los críos de la misma forma que a los papagayos o los ruiseñores: en jaulas. Eso lo suelen hacer en el norte de China, Ruanda o Uganda.
En Eritrea, Congo, Hungría, Turquía central, en los pueblecitos escarpados y miserables de la zona de Basilicata hacia el Golfo de Tarento y por las desnudas sierras de Calabria, puñados de niños mendicantes, como se hacía en la baja Edad Media, salen, igual a piaras, a requerir limosnas.
En su largo peregrinar huyen de las beligerancias actuales en África y Oriente Medio. En Venezuela, una estadística contabilizó docenas de infantes abandonando el país criollo por los caminos verdes hacia Colombia y Brasil.
Las organizaciones de ayuda temen que muchos caigan en las garras del tráfico de personas o hacia los aposentos de los abusos libidinosos.
Desde el primer instante, antes de comenzar a vivir, sus albores afligidos germinar entre plagas de ortigas y tierras de sequeral.
Es una desventura, una voz que despedaza las entrañas, las estruja y, al final, a todos nosotros somos cómplices pasivos.
Los conflictos bélicos reflejados en la cutícula de la novela “El pájaro pintado”, es un drama brutal que debería conmovernos hasta el tuétano.