Boris Johnson ha impulsado con éxito la ejecución de su plan para suspender el Parlamento durante el tiempo necesario para evitar que los máximos representantes del pueblo británico puedan evitar un Brexit “duro”, que provocaría que Reino Unido saliera de la Unión Europea sin acuerdo, con graves efectos perjudiciales para todas las partes. Con esa actuación ha puesto en jaque a Isabel II, que, ciertamente, no parecía tener otra posibilidad, aunque Jorge de Esteban entiende que “la cuestión que la actualidad británica ha puesto sobre el tapete es si a la Reina, como a los demás reyes de las monarquías parlamentarias, les queda un "poder de reserva" que puede ser utilizado cuando hay una situación de bloqueo en el país y solo el rey, poder neutro y moderador como decía Constant, podría ayudar a resolver el problema”.
La verdadera finalidad de esa maniobra se encuentra especialmente vinculada con el deseo que tiene Boris Johnson, que actuando con patente de corso, quería reforzar la posición de su Gobierno en la negociación con los demás Estados miembros. De ese modo, consigue mostrar que, o se establece un acuerdo más favorable para Reino Unido en el Brexit, o no habrá acuerdo, llegando más lejos de lo que nunca habría logrado Theresa May.
El problema de muchos ingleses es que piensan que Reino Unido es el ombligo del mundo y que, por ello, la Unión Europea debe alcanzar un acuerdo por el que los Estados miembros salgan perdiendo ante un Boris Johnson que salga triunfando. Sin embargo, ello no debe pasar para evitar que se ponga en un grave riesgo la estabilidad política y económica de la Unión Europea de cara al futuro, para el que se deben desincentivar los planes que se puedan estar gestando en otros países para lograr la salida de la organización internacional.
No hay que descartar que la mejor salida para la Unión Europea sea un Brexit sin acuerdo con Reino Unido, pues, aunque las consecuencias puedan ser devastadoras para todos, serán mucho peores para los ciudadanos a los que gobierna Boris Johnson que para los que se encuentran residiendo en los Estados miembros. Concretamente, Reino Unido, cuya trascendencia política y económica es bastante más reducida en la actualidad de lo que era hasta hace 50 años, podría terminar sufriendo una crisis que acabará dañando su identidad y diluyendo lo que muchos creían que es.