Lorca ha vuelto a merodearnos durante el 83 aniversario de su asesinato. Porque Lorca sigue rehuyendo su tumba. Porque sólo su duende peregrino podrá alimentar el espíritu de todos los que quieran participar en sus quehaceres tan tempranamente cercenados, sangrientamente, por manos heladas de hombres fríos.
Con cierta regularidad vuelve a escena la búsqueda de los restos de Federico García Lorca. Se han empleado todo tipo de técnicas, incluyendo el uso de un radar de subsuelo, y llegando de momento a la conclusión de que en las zonas elegidas no se han detectado “anomalías” en el terreno que indiquen la posible existencia de restos humanos, y por tanto la posible existencia de una fosa común con los restos de Lorca.
La polémica sobre excavar o no, donde se ha ido considerando que pudiera estar la fosa con los restos de Lorca y de tres personas más asesinadas (el maestro Dióscoro Galindo y los dos banderilleros Francisco Baladí y Joaquín Arcollas), se prolonga hace ya muchos años. En su momento, hubo la oposición a la posibilidad de remover sus restos, expresada por escrito, de la familia Lorca.
También coincidieron otras alegaciones, de familiares de alguno de los otros asesinados junto a Lorca, que se oponían a la exhumación porque se convertiría en un "circo mediático y una humillación".
Y esto podría ser verdad. Podría ser una realidad. Porque existe tal peligro, incluso si la propuesta se presentara expresada con palabras de “izquierda” y de “memoria histórica”. Porque podría suponer, en los hechos, silenciar las profundas verdades de Lorca con un “parque temático”. Supondría excavar la memoria física para taparla con escaparates de hielo. Nadie debe hacerlo. Porque ya dijo Lorca que “el teatro es poesía que se levanta del libro y se hace humana”.
En el caso de encontrarse el lugar donde yacen sus restos, “que se protejan como un cementerio y se trate por igual a todas las víctimas”, como en su momento propuso la familia de Lorca, evitando así que se pudiera dividir a las víctimas en distintas categorías. Obviamente, las familias tienen derecho a los restos y a la memoria de sus seres queridos.
Pero debería evitarse que se creara una situación en la que, en realidad, hubiera “mucho ruido y pocas nueces”, que no tuviera nada, absolutamente nada, que ver con recuperar la verdadera memoria histórica, de la única manera respetuosa, cultivando la inmensa obra de Federico García Lorca, la auténtica y profunda riqueza de su vivo y rítmico legado. Lo que hace falta son mil lecturas, mil representaciones, mil celebraciones, cualquier día del año, con cualquier aniversario como excusa, y en cualquier lugar de España, de Iberoamérica y del resto del mundo.
Porque, en realidad, Federico ya nos habló, nos habló y nos habló. Porque, en verdad, Federico sigue hablándonos, hablándonos y hablándonos. Así que oigamos algunas de sus profundas verdades.
(…) «¿Dónde está mi sepultura?»
«En mi cola», dijo el sol.
«En mi garganta», dijo la luna.
Por las ramas del laurel
vi dos palomas desnudas.
La una era la otra
y las dos eran ninguna.
(Del poema Casida de las palomas oscuras)
Federico García Lorca
(…) ¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo. (…)
Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos:
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales.
(…) Yo quiero que me enseñen un llanto como un río
que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda sin escuchar el doble resuello de los toros.
(…) (Del poema Cuerpo presente)
Federico García Lorca
(…) Pero no son los muertos los que bailan, estoy seguro.
Los muertos están embebidos, devorando sus propias manos.
Son los otros los que bailan con el mascarón y su vihuela;
son los otros, los borrachos de plata, los hombres fríos,
los que crecen en el cruce de los muslos y llamas duras,
los que buscan la lombriz en el paisaje de las escaleras,
los que beben en el banco lágrimas de niña muerta
o los que comen por las esquinas diminutas pirámides del alba. (…)
(Del poema Danza de la muerte)
Federico García Lorca