Más que las parroquias, quienes se siguen haciendo las suecas son las Juntas de Parroquia, integradas por el Presidente y los Vocales.
Y no me estoy refiriendo al significado vulgar de «hacerse el sueco» entendido como «hacer oídos sordos», «desentenderse de un asunto», cuyo origen proviene de los infructuosos intentos de Napoleón en negociar con un diplomático sueco que fingía no entender el idioma para así no acceder a lo que pretendía el Emperador.
Aludo a que acomodan su manera de entender la política al modo como lo hacen los suecos, esto es, como servicio a los demás, exento de cualquier privilegio.
Más aún, los superan porque ni siquiera perciben retribución alguna por el ejercicio del cargo.
Las elecciones celebradas para nombrar a los presidentes de las parroquias rurales, coincidentes con las locales y autonómicas, han puesto de manifiesto que hay una nueva generación de políticos jóvenes y vocacionales dispuestos a recoger la antorcha de sus predecesores y continuar la brillante y ejemplar tarea de recuperar, para estos entes inframunicipales, el papel y la dignidad que por historia y trayectoria les corresponde. Se han renovado el 33 por ciento de las presidencias.
Parroquias rurales es el nombre histórico recuperado por nuestro Estatuto de Autonomía para designar a las denominadas entidades locales menores que representan en nuestra región la «forma tradicional de convivencia y asentamiento de la población asturiana».
Hay un hito que marca un antes y un después en la vida de estas instituciones, y este jalón es la creación de la Federación Asturiana de Parroquias Rurales de Asturias (FAPAR), auténtico centro neurálgico que sirvió de guía y trampolín para que las parroquias se visualizaran como parte fundamental del entramado territorial de nuestra autonomía.
La creación de FAPAR se inicia en el año 1998 y se completa en el año 2000. Hoy en día es el soporte que permite que las 39 parroquias rurales existentes desarrollen una política común con apoyo en una mínima estructura administrativa que les permite afrontar con solvencia los retos que les impone su condición de administraciones públicas.
Como todas las grandes ideas, FAPAR tiene una paternidad que es preciso reconocer para rendirle el tributo de admiración y reconocimiento público que merece.
Esta obra, que ha permitido que las parroquias rurales pervivan y que estén cada día más asentadas en el panorama público asturiano, es obra de un personaje con una gran visión de futuro y con un conocimiento profundo del medio rural asturiano. Me estoy refiriendo a José Manuel García del Valle que, desde su entonces atalaya como Secretario de la Parroquia Rural de Somao, de la que es oriundo, propició la creación de FAPAR de la que fue, es y, a buen seguro, seguirá siendo, Secretario General por decisión unánime de todas las parroquias. Su buen hacer trasciende los límites de nuestra Comunidad y la mejor prueba de ello es que también es Secretario General de la Federación Española de Entidades Locales Menores.
José Manuel es de profesión arquitecto y sus obras salpican la geografía asturiana con el mismo encanto y solidez con que orienta y dirige los destinos de nuestras parroquias rurales.
En la actualidad forma tándem con Andrés Rojo, Presidente de FAPAR y de la Parroquia Rural de Villamayor. Ambos serán reelegidos en la Asamblea General que se desarrolla en el día de hoy porque nadie les cuestiona la autoridad ganada día a día y estarán arropados por una Ejecutiva en la que se combina experiencia, madurez y juventud. Lo dice el refrán: «El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el líder arregla las velas». Este liderazgo lo ejerce, en el ámbito de las parroquias rurales, José Manuel.