Procuro que mis comentarios se mantengan alejados de la política de cercanía. Conozco a casi todos sus actores, muchos de los cuales son amigos, aunque, a pesar de ello, los comentarios que me sugieren no son incardinables en el contexto del aprecio inherente a esa relación.
Pero, como me propone mi querido amigo Luis, quienes tenemos la oportunidad de tener a nuestra disposición un medio de comunicación para que nuestras ideas tengan un recorrido público, debemos asumir, como contrapartida, la obligación de reivindicar actuaciones públicas coherentes y honestas y criticar aquellas decisiones que, sin ser ilegales, no están adornadas de la ética esperable.
La decisión del candidato de Cs a la Presidencia del Principado de Asturias de renunciar a su escaño como Diputado con la doble excusa de que el partido ha cambiado en los últimos meses y de que no se ve en la oposición no tiene un pase.
Desde el punto de vista personal, puedo entender que el candidato se sienta profundamente decepcionado por los resultados obtenidos. Todos tenemos derecho a sentirnos orgullosos de nosotros mismos, de nuestra trayectoria vital y profesional y, por ello, acreedores del mayor reconocimiento público.
Pero nuestra opinión no siempre coincide con la de los demás, y menos aún cuando se trata de un proceso electoral en el que la decisión del votante se forja sobre presupuestos que nada tienen que ver con la lógica. Lo dijo Churchill: «El mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio». Pero el sistema funciona así y debemos aceptarlo. A la política se va a servir, no a servirse.
A quién no le apetecería ser Presidente de un Parlamento, sea nacional o autonómico, o seleccionador nacional de fútbol, que son las dos mejores canonjías del panorama político institucional del país. Pero para lo primero hay que ganar unas elecciones o ser decisivo para gobernar y, para lo segundo, tener buenos amigos.
Quien libremente decide presentarse a unas elecciones asume un doble compromiso: con el partido y con el votante. El partido es una asociación abstracta, pero los votantes tienen su corazoncito. No merecen ser defraudados. A todos nos gusta la gestión, la labor de oposición es dura y exige mucho trabajo, pero debemos ser consecuentes con nuestros actos.
Sin ánimo de ofender, este asunto me trae a la cabeza una frase a la que apela sistemáticamente una buena amiga: «Manolete, si no sabes torear, pa que te metes».
También me ha defraudado profundamente la decisión del PP del Ayuntamiento de Oviedo de mantener la dualidad retributiva heredada del gobierno municipal anterior: sueldo fijo y dietas.
Una institución pública que establece un doble sistema retributivo, es decir, un sistema a la carta en función de las circunstancias personales de los perceptores no es una institución excesivamente seria.
El sistema retributivo del alcalde y de los concejales debe ser como la ley, con vocación de generalidad e igual para todos, único y no adaptable. Además, el sistema de dietas es engañoso y crea la apariencia de que quien las percibe no genera gravamen económico alguno para la entidad. No es así.
El sistema de dietas elude una regla que debería ser sagrada en el ámbito de la Administración Pública: las incompatibilidades. Al sustituir el sueldo por la dieta, quien la recibe puede continuar percibiendo otra retribución pública: por ejemplo, la pensión.
Además, tiene un régimen tributario exorbitante que sitúa al perceptor en condiciones más favorables que el resto de los contribuyentes. En suma, esperaba un comienzo más ejemplarizante. Lo dijo el clásico: «En política sucede como en las matemáticas: todo lo que no es totalmente correcto está mal».