Política y políticos

Desde que los rudimentos de la política surgieran con el hombre cavernícola hasta el desarrollo sufrido en nuestros días, mucho han cambiado las cosas. Por aquel entonces se elegía un líder para que asumiera la responsabilidad de defender a la tribu de otras tribus enemigas; hoy, el líder, el político, se ha convertido en nuestro enemigo.

Maquiavelo, uno de mis autores favoritos, dibujó con trazo inteligente los principios a lo que debía someterse la acción política.

Aconsejaba este autor: «Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira», y a fe que esta recomendación se viene observando escrupulosamente en los sistemas democráticos. Basta leer las promesas electorales de los candidatos a las elecciones del próximo día 26 de mayo para tomar constancia de esta realidad.

De los candidatos a la Alcaldía de Oviedo, por tomar la referencia más cercana, sumé la nada despreciable cifra de ciento cincuenta propuestas; ni más ni menos. ¿Son todas ellas sensatas y razonables? ¿Son realizables? ¿Son beneficiosas para el desarrollo y el bienestar de los ovetenses?

Seguramente sí, pero se despreciarán las que no figuren en el programa electoral del que obtenga la Alcaldía, sea o no el candidato ganador de las elecciones. A lo sumo, se incorporará alguna del partido o partidos cuyos votos sean necesarios para obtenerla.

Otras pasarán a integrar el panel de promesas incumplidas y servirán para entretener a los concejales durante la legislatura, que continuarán desarrollando una política insulsa, mediocre y facilona que seguirá girando en torno al reproche y al «tú más».

Lo cierto es que cuesta trabajo encontrar respuesta a por qué personas que han acreditado solvencia profesional se han lanzado al ruedo de la política y han sido capaces de asumir, sin esfuerzo aparente, el papel de mercaderes, de charlatanes de feria, de tratantes o, en el mejor de los casos, de vendedores de ilusiones.

Y que nadie responda que es por razones de bien común, de servicio público a los demás. Yo, particularmente, no lo creo. Y menos hoy en día en que, como también decía Maquiavelo, «la política no tiene relación con la moral».

En todo caso, y sigo citando al autor de «El Príncipe», «quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar».

También es creación del sagaz florentino la frase que dice: «No son los títulos los que honran a los hombres, sino que los hombres honran a los títulos». Viene esto a cuento de la desmedida e incontrolable afición de los políticos a los retratos haciendo buena aquella afirmación de Ernesto Sábato: «La vanidad es tan fantástica, que hasta nos induce a preocuparnos de lo que pensarán de nosotros una vez muertos y enterrados».

No hay institución pública que se precie que no rinda culto a los muy honorables, excelentísimos e ilustrísimos personajes que rigieron sus destinos, tratamientos que se autoasignan sus destinatarios, pegados al cargo y, por alcance, a las personas, lo que invita a la siguiente reflexión: ¿es Muy Honorable Puigdemont? ¿Debe permanecer su retrato colgado en las instituciones catalanas? En fin.

En lo que se refiere a las honras fúnebres de los políticos fallecidos, la desmesura no se queda atrás. El ejemplo más reciente lo tenemos con Rubalcaba. Vaya por delante mi máximo respeto a la persona y a su familia, pero su entierro faraónico solo tiene sentido si con él se trataba de representar una de sus mejores frases: «En España se entierra muy bien». Fue el político que mejor sabía mentir.

Acabo con Maquiavelo de nuevo: «Cuanta más arena ha escapado del reloj de arena de nuestra vida, más claramente deberíamos ver a través de él». Quizá por eso votaré juventud.



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