En un año han fallecido dos figuras que hemos admirado con ardor y nos han enfrentado a los misterios del Universo a partir de la caverna de Platón. La primera Stephen Hawking, físico teórico, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico británico, con un cuerpo estrujado por una esclerosis amiotrófica, que nunca aplastó su asombrosa inteligencia comparada a la mente de Albert Einstein, cuya teoría de la relatividad ha sido avalada con la comprobación de los misterios de los agujeros negros, esos arcanos nos están llevando a comprender las grandes preguntas del Cosmos y nuestro lugar en el.
El otro espíritu es Eduardo Punset, fallecido en su Cataluña natal al principio de la semana. Uno de sus libros, cuya primera edición viene del 2004, ha sido un permanente éxito editorial. Se rotula “Cara a cara con la vida, la mente y el Universo”, y en él se conversa con los más valorados científicos de nuestro tiempo en cada una de las ramas que van componiendo al ser humano a partir de los primeros microorganismo del planeta azul.
Meses antes de fenecer, Punset - al que nunca le faltó el humor – expresó que no estaba demostrado que fuera a evaporarse, al enunciar que “somos átomos en un 90 por ciento, y los átomos son eternos”.
Hoy la muerte sigue siendo un enigma que se abre en la biología de la inmortalidad, ya que un cuerpo fallecido no impide que sus células sigan luchando para sobrevivir durante un tiempo. Esas causas están siendo descifradas, y aunque la raza humana quizás no sea imperecedera, podrá transitar sobre el planeta docenas y docenas de años.
A Punset le preocupaba más la vida antes de la muerte que si no hay nada después de ella. Aún así hay algo seguro: el ser humano podrá vivir con normalidad 150 años.
Somos unas moléculas emergidas en un núcleo de silicatos con un poco de carbono, metano, amoníaco, hidrógeno, vapor de agua y gas carbónico bajo el efecto de la radiación ultravioleta con violentos rayos, una especie de sopa para transformarse, primero en aminoácidos y después, tras otro tiempo inmemorial, en las primeras proteínas de la vida.
Desde ese instante la complejidad prodigiosa hizo lo demás. Se necesitaron arduos errores en el mar y tierra firme para que el primer ser erguido, antepasado del homo sapiens, comenzara, bajo un clima frío y seco, a cruzar una planicie africana con una quijada en la mano.
Habían nacido, montaraces y necesitados de estirpe - igualmente esperanzados – el macho y la hembra humana.
De toda esa historia pasmosa de la existencia misma, Eduardo Punsert, ha sido una sensibilidad refulgente, un hombre que nos ha enseñado de manera sorprendente y sencilla el asombroso misterio de haber vivido.