La primavera ha llegado y lo está efectuando con fuerza sorprendente a razón de algo que ya no es una posibilidad, sino un efecto demoledor: el cambio climático.
Sus consecuencias se siente en todo el planeta: altas temperaturas, huracanes, borrascas pavorosas, terremotos, lluvias impetuosas en unos países y alarmante desecación en otros, mientras aumenta el nivel de mares y océanos al deshacerse los hielos en los cascos polares.
Los secretos de nuestros orígenes nos indican que desde el instante del Big Bang, cuando empezó a nacer la luz, el tiempo, y con ello el espacio con galaxias colmadas de estrellas y planetas, hasta llegar al ser humano y éste a preguntarse de dónde venimos, qué somos y adónde vamos, no hemos dejado de escudriñar en el secreto de de nuestra presencia en un significante planeta en mitad de el universo. Somos una especie de milagro cósmico.
Aquella pequeña ameba empujada a buscar bacterias para alimentarse y comenzar el ciclo de los primeros organismos multicelulares, forjadores de la vida, nos abrió el sendero. Y es asombroso. ¿Un prodigio?
La humanidad tal como la conocemos se puede extinguir sin que por ello desaparezca totalmente la vida. Los insectos, por ejemplo, son mucho más resistentes que nosotros. Los escorpiones pueden vivir con una tasa de radioactividad, desarrollar inteligencia y redescubrir la tecnología.
Las hormigas han estado sobre la Tierra durante más de diez millones de años. Los humanos, solamente cien mil generaciones. Ellas apenas han evolucionado en toda esa inmensidad de tiempo. Nosotros hemos experimentado la trasformación más compleja y rápida de la historia de la existencia misma tal como las conocemos. Somos la primera especie que se ha convertido en una fuerza geofísica, al alterar y demoler ecosistemas y perturbar el clima mismo.
Si desapareciera la humanidad, se recuperaría de nuevo la savia sobre el planeta y de nosotros no quedaría ni una brizna. Somos frágiles, pero actuamos con la prepotencia de los dioses.
Desde hace años se le pide a los gobierno una reducción drástica del C02 a la atmósfera; prohibir la exportación de los residuos tóxicos y de las tecnologías contaminantes; abordar las causas reales de la destrucción de los bosques; prohibir las pruebas atómicas y establecer el abandono progresivo de la energía nuclear, es de suma urgencia.
Indudablemente la Tierra está enferma, pero aún muerte del todo. A lo largo de su subsistencia esta “nave azul” ha sufrido todo tipo de catástrofes climáticas, y sigue ahí, luchando contra los elementos que forman parte de su presencia vital. Y la gran pregunta que debemos hacernos: ¿Será siempre así?
La respuesta en las estrellas.