Venezuela lleva años viviendo momentos despedazados y terribles. Hubo una bengala de esperanza cuando llegó el comandante Hugo Chávez, pero el estrujón con un llamado Socialismo del Siglo XXI y la asimilación de ideologías malévolas, lo apartó de las páginas de la historia donde parecía tener un sitial.
Ante ese contexto, los actuales tiempos se volvieron dolientes. ¿Pasarán? Tal vez tras regueros de sangre. Quedarán víctimas en las cunetas, cicatrices, pus, miles de exilados y un cansancio hasta el tuétano.
La realidad actual del país criollo es fantasmagórica. Sus cajas de caudales quedaron vacías ante el pillaje, mientras el vivir se convirtió en alas parduscas sobre esta tierra que había sido inundada de gracia.
Sucedió que políticos zombis del poder se volvieron aves de rapiña, y el asalto y trasgresión del orden, cubrió cada uno de los sectores de una sociedad mancillada.
Vivir en democracia es hacerlo con riesgo e incertidumbre, porque se trata de una forma de cultura y civilización que por su concepción exige, más que ninguna otra, pensamiento, análisis, reflexión y decisiones claras y justas. Es decir, valores liberales que sin ellos la república se hunde. Y eso le ha sucedido a Venezuela.
Al no hacerlo en los últimos 20 años empapados de un falso nacionalismo, se perdió el norte y con él todo esperanza.
En medio ese desbarajuste, el silencio de los corderos, los adosados al partido anacrónico único y felón, el denominado Movimiento V República (MVR), guardando una mudez helada debido a la falta de escrúpulos, o acaso la fuerza ejercida en sus faltriqueras.
Un ensayista y parlamentario, Alexis de Tocqueville, apuntalaba: “... La democracia y el colectivismo sólo tienen una cosa en común: la igualdad, pero con una diferencia: la democracia busca la igualdad en la libertad y el socialismo quiere la igualdad en la privación y en la servidumbre...”.
Robespierre, que saboreó el poder y colocó su cabeza en la guillotina, dejó un aviso al navegante en el presente caso Nicolás Maduro: “Huid de la manía de querer gobernar demasiado tiempo”.
Quien no se haya dado cuenta de que la tierra de Simón Bolívar se ha convertido en un latifundio, cuyo único fin será continuar bajo un régimen sui generis de un solo partido mal avenido, debería despertar de su adormecida modorra.
Si Maduro no rectifica – y no lo podrá hacer ante el grupo de baladrones corrompidos que tiene a su lado -, el chavismo, como organización política, se hundirá en el fango.
Toda gobernabilidad posee heterogéneas facetas, y una primordial es saber hacer uso, en el momento preciso, del sentido común. No ha sido solamente la oposición compacta la que con arrojo ha ido perdiendo el miedo a la dictadura: lo fue, y lo sigue siendo, la desastrosa forma de administrar la nación, con grupitos adosados al patio del pez que escupe agua en los estanques del Palacio de Miraflores, sede del gobierno, y que hemos visto desfilar, una y otra vez, en diversos cargos ministeriales tras fracasar en cada uno de los puesto anteriores.
Nicolás Maduro está desguarnecido. Aún posee una milicia que cada día va en desbandada, mientras ya no le queda pueblo, ese país acosado cuya meta de cada día es sobrevivir mientras sus fronteras se hacen pequeñas ante tantos miles de venezolano que huyen en desbandada.
La libertad no es un discernimiento político ni una tesis de academia. Es una ley natural de toda criatura humana aún por encima de su propia parvedad.