Hugo Chávez había dicho en una ocasión: “Yo sería el primero - todo el pueblo me conoce - en salir a decir, a explicar, a comunicar cualquier dificultad en el gobierno”.
¿Sucede eso actualmente? Lamentablemente no. El ejecutivo nacional, sin una brújula que le indique el norte donde se hallan las posibles soluciones políticas y económicas que con urgencia necesita la nación, lanza planes un día sí y dos también, con un desvarío rayano en la incapacidad.
No es la primera vez que lo hemos expresado: Nicolás Maduro ha sido un buen feudatario, fiel, trabajador, honrado, pero de bajo nivel político cuando tuvo que pechar con la responsabilidad de encauzar un estado que ya recibió tocado y dando tumbos.
En estos instantes enfrenta un dilema y repite la misma cantaleta gastada e incongruente: los tronados siempre son los otros, la oposición, nunca sus responsables de su equipo. Dividió al país – en honor a la verdad esa acción la comenzó a trajinar el Comandante Chávez -, y no supo, ni sabe aún, llevarlo a un puerto seguro.
Maduro lanza envites incapaces de enfrentar los desbarajustes de la mayor crisis social que ha padecidota nación bolivariana en estas dos últimas décadas. Habría que trasladarse a un tiempo inmemorial y, aún así, nunca tantos venezolanos se vieron obligados a emigrar en forma de expatriados. Más de dos millones y medio sumando por lo bajo.
En la presente senda de equivocaciones que padece esa Tierra de Gracia, faltan hasta las inexcusables palabras que la lleven a comprender racionalmente como el país más próspero de América Latina haya podido llegar al actual derrocadero en que se halla encajado.
Es sabido que los pueblos no se hunden solos, ayudan a hacerlo los Mesías que llegan enarbolando salvaciones y detrás de ellos, al clarín de sus arengas cuartelarías, las promesas falsas y el desconocimiento de la problemática a enfrentar, mientras aglomeran a personas con falsos doblones a un enjambre de ilusionados que absorben los cantos de sirena, las promesas fosforescentes y el retumbar de un vivir mejor, bajo la égida de un redentor acicalado libertador.
La Revolución Bolivariana tuvo su razón de ser ante los desafuero de los partidos del sistema que se olvidaron de su misión política en una sociedad que, a cálculo del abundante dólar petrolero, se olvidó de los cauces democráticos y dejaron el país en las manos de unas cúpulas fétidas donde tuvieron cabida políticos, empresarios, gobernantes y militares de alta graduación.
Hoy apenas queda patria venezolana al estar rasgada, hendida, despedazada, hambrienta, exilada y profundamente herida.
Al final, las esperanzas de los venezolanos nuevamente se hicieron añicos en mitad de un estercolero de magnitud colosal. El rencor y el odio son los únicos alacranes a flote en esa ciénaga pestilente.
Y en medio de esta barruntada a la que se ha llegado y tener un presidente en el Palacio de Miraflores y otro en la Asamblea Nacional, ¿qué salida le queda a la Nación? La única posible: dialogar. Ceder de parte y parte tras una larga conversa, y hacer elecciones que ayuden a ese país a salir del atolladero en que se haya inmovilizada.
Y la guinda en la pera: en esta situación, las Fuerzas Armadas deben dejar a los políticos solucionar la crisis.