En las actuales circunstancias no puedo, ni debo, dejar de hablar de Venezuela y sus venas sangrantes.
El ser humano podrá tener enormes necesidades, y aún así, una sola de ellas le levanta del fango de la ignominia: el libre albedrío. Sin ese don, el transitar sobre la tierra será indeciso, temeroso, recubierto de tinieblas, turbaciones y angustias. La historia de la humanidad es el relato de la libertad, y en esa lucha “se puede y se debe aventurar la vida”, señaló Cervantes.
Hay momentos en la existencia de una nación, y éste es uno de ellos, en que el silencio de las termitas se vuelve una actitud carroñera.
Nicolás Maduro está generando la más grave crisis económica y política que haya sufrido Venezuela. Con la colaboración de un reducido grupo de chavistas de viejo cuño, se mantiene protegido por unas Fuerzas Armadas alevosas y una corrupción de espanto.
Es notorio que Maduro ha estado más veces en Cuba que cualquier otro gobernante. Dos o tres veces al mes acude a la isla. Los honores que allí recibe embelesan al sindicalista y conductor de autobuses, sin que eso nuble una inteligencia innata y un poder de trabajo firme. No es torpe. Sabe moverse en el tinglado de la izquierda latinoamericana y, algo difícil de comprender: se mantiene erguido frente a todo vendaval una y otra vez, ya que parece creer – aunque sean dos conceptos distintos – en la ilusión y la utopía.
Ese percepción no es mía; lo expresó, a recuento de una sufrida experiencia en campos de ahogo y fabricas tétricas durante años en su Rumania natal, Herta Müller: “La ilusión es algo muy distinto a la utopía”.
La Premio Nobel de Literatura lo apuntaló: “La fantasía está contra la utopía, al ser muy propensa a los totalitarismos. Tan pronto pretende hacerse realidad, se vuelve rígida. Por fuerza debe restringirse a una sola variante. Y a partir de ahí aplicarle a la realidad aquello que tal vez sobre el papel aún no ha podido ser del todo explicado o resultaba ambivalente. No creo que haya nada peor ni más temerario que la realidad transformada en utopía. ¡Terrible! De ahí las dictaduras”.
¿Qué es si no esa diáspora de miles de personas huyendo de cualquier manera del país criollo?
Decir esto en los albores del siglo XXI es afligido, y aún así es el santo y seña trascendente para la existencia: los hombres son libres por naturaleza, ya que ningún pueblo debe, ni puede jamás, despojarse voluntariamente de sus derechos para entregárselos a un individuo.
A razón de esas desazones – que no son nuevas ni lo sarán nunca- es razonable solicitar del Principado un apoyo firme, leal y generoso. En el país caribeño viven cientos de compatriotas y sus descendientes, y ellos, más que nunca en este momento vital, necesitan sentirse amparados por el lar de sus mayores.
“Asturias patria querida…” es más que una estrofa de nuestro himno, es el reflejo del afecto que debe imperar sobre cada terruño donde perviva la esencia de nuestra estirpe.
Nota a pie de página
Es ya bien conocida la situación de los retornados asturianos que han tenido que salir de Venezuela ante la inhumana crisis que la envuelve, y una vez aquí, al negarles el gobierno de Caracas la pensión que les pertenece tras haber cotizado años, llevan desde el 2015 sin recibirla. En esa situación, sobrevivir se hace un drama angustioso.