A mediados de diciembre el Senado de EEUU aprobó por unanimidad una resolución que responsabilizaba al príncipe Salman del asesinato de Khashoggi. Igualmente el Senado solicitó, en este caso por 56 votos a favor y 41 en contra, la retirada del apoyo estadounidense al régimen saudí en la guerra de Yemen, de momento sin implicaciones prácticas. Arabia Saudí contestó con vehemencia por medio de su Ministerio de Exteriores, que calificó las resoluciones como interferencia y de estar basadas en acusaciones falsas.
Nadie duda ya de que el salvaje asesinato en el consulado saudí de Estambul del periodista opositor Jamal Khashoggi fue ordenado, planificado y ejecutado por los servicios de inteligencia saudíes, especialmente vinculados con el príncipe heredero Mohammed Bin Salman, el hombre que dirige los destinos del país. Nadie hasta ahora se había atrevido a ejecutar un asesinato en el consulado de un país extranjero, para luego descuartizar el cuerpo de la victima.
Pero la razón por la que el Senado de EEUU, y por unanimidad en medio de su constante división actual, se haya vuelto “humanitario” no es otra que dar un claro toque, internacionalmente público, a la actual línea que sigue la clase dominante saudí, liderada por Salman. Hace tres meses ya se divulgó que Trump había amenazado a Salman, diciéndole que podría no estar en el poder en dos semanas. Lo que expresa una relación de vasallaje. Pero la relación histórica de EEUU con Arabia Saudí tiene dos aspectos, alianza y dependencia, en la que EEUU protege al reino saudí y permite su desarrollo a cambio de la garantía del petróleo, y de ser uno de sus gendarmes en Oriente Medio.
En una situación internacional especialmente móvil, Arabia Saudí está desarrollando una línea de potencia regional con decisiones autónomas. Una expansión económica, política y militar que va más allá de los intereses de la superpotencia estadounidense. Y esto es lo que el Senado de EEUU avisa.
No solo en la agresión, con visos de anexión, contra el pueblo yemení, no solo por el apoyo prestado a las acciones del ISIS en Irak y Siria, no solo con el bloqueo a Qatar, sino especialmente con el peligroso estrechamiento de las relaciones entre Arabia Saudí y China, que afecta a aspectos clave, como el ofrecimiento chino de entrar en el capital de la principal petrolera saudí o la de pasar a utilizar el “petroyuan” y no el dólar en la compra de petróleo.
Además esta línea expansionista saudí está generando serias dificultades para que la línea Trump pueda llevar adelante su proyecto de una Alianza Estratégica de Oriente Medio (una especie de “OTAN del Oriente Próximo”), siguiendo la idea central de que los aliados y vasallos dediquen sus fuerzas militares contra las amenazas regionales. Dejando de esta manera a EEUU libre para centrarse en el cerco a China. En principio, EEUU y también Israel colaborarían con la alianza proporcionando asistencia logística e información de inteligencia, pasando a sus aliados árabes la responsabilidad de enfrentarse a Irán, la potencia regional con autonomía frente a EEUU. Pero la línea expansionista saudí causa problemas.
La alianza de Arabia Saudí con los Emiratos Árabes Unidos en tal expansión no solo causa agudas divisiones, como aislar a Qatar, integrante previsto de tal “OTAN”, sino incluso recelos de otros miembros, como Omán, por el excesivo control saudí. Sin contar con la trayectoria cada vez más autónoma de Turquía, miembro de la OTAN existente y posible participante en la nueva “OTAN”. La línea Salman impulsa un cierto virreinato distanciado de EEUU.