2018 fue un annus horribilis y, entre los muchos acontecimientos que podrían justificar este calificativo, sobresale por encima de todos los demás la llegada de Sánchez al poder, no tanto por el método utilizado -la moción de censura es un procedimiento legal-, sino por los compañeros de viaje, nacionalistas, separatistas y etarras que, día a día, le cobran ese apoyo en dinero público, en concesiones, en cesiones y en chantajes que amenazan con poner en peligro la convivencia, la unidad y la economía.
No debiéramos olvidar en este año entrante que la actual situación tiene un culpable, Rajoy que, en un acto de cobardía y de traición suprema antepuso su interés personal al colectivo.
Tampoco debería olvidar Sánchez que esos compinches no lo votaron a él, sino en contra de Rajoy, en una operación propiciada por la judicatura que deslizó en la sentencia de la Gürtel una frase demoledora para un Presidente de Gobierno.
Los españoles nos mereceríamos que el año 2019 fuera un annus mirabilis, pero mucho me temo que va a ser aún peor que el 2018.
En el ámbito judicial, el Tribunal Supremo deberá sustanciar el juicio contra los doce cabecillas de la sedición en Cataluña. Todos esperamos una sentencia ejemplarizante como único antídoto contra nuevos intentos de separatismo. Será también un modo de cercenar el movimiento similar que se está gestando en el País Vasco. En todo caso, tanto el juicio como la sentencia serán excusas perfectas para que la revuelta y la algarada estén garantizadas.
Presumiblemente también deberá pronunciarse el Supremo sobre el traslado de los restos de Franco. Este charco en el que se metió voluntariamente nuestro insensato Presidente me temo que le seguirá salpicando a lo largo de todo el año. Y no digamos el ridículo nacional e internacional a que se verá sometido si finalmente los restos del dictador son acogidos en la Catedral de la Almudena. La peregrinación a la Meca será cosa de niños. Cuando el diablo está ocioso…
También se dictará la sentencia de los ERES, que puede acarrear cárcel para el penúltimo presidente andaluz.
La crisis económica está enseñando la patita. El despilfarro de dinero público en causas que no voy a enumerar para no herir sensibilidades, la subida de las pensiones, del sueldo de los funcionarios y del salario mínimo al margen del presupuesto nos pasarán factura.
Ahora bien, el acontecimiento decisivo, por su importancia intrínseca y porque actuará de marcador a nivel nacional, será el de las elecciones municipales, autonómicas y europeas.
De su relevancia ya está dando fe el desfile de cadáveres que se están generando en las candidaturas autonómicas. En el caso del PP, se está produciendo una renovación importante que parece encubrir, en algunos casos, un cobro de factura por los apoyos prestados a candidatos perdedores. En política, ya se sabe, como llegas, sales. No hay piedad. De nada vale la hoja de servicios, el que pierde, paga. Parece que Pablo Casado quiere probar suerte con nuevas caras, y a fe que puede llegar a tener éxito si la ola andaluza se propaga hacia el norte.
Me gusta Casado porque asume con naturalidad el pacto con Vox. Mas desvergonzado es Sánchez que pacta con etarras. Vox tiene de inconstitucional lo mismo o menos que Podemos, pero es incongruente e incoherente.
Me disgusta el fariseísmo de Ciudadanos que, defendiendo los mismos postulados que Vox en cuanto a violencia de género, rehúye una reunión conjunta.
En fin, todo se reduce a la lucha por el poder que, una vez alcanzado, actúa como un alucinógeno cambiando a los hombres, excepto a los tontos. Que se lo pregunten a Sánchez.