Un buen amigo me pasó días atrás un wasap en el que, parodiando al Gobierno autonómico, se daba cuenta de la convocatoria de 600 plazas de «faltosu de chigre» para paliar la escasez de estos especímenes. «Un chigre asturianu sin un faltosu ye como un pollu sin ajillo», afirmaba el Decano del Colegio Oficial de Faltosos de Chigre.
El faltosu de chigre es aquel que entra en el ídem y suelta: «Fernando Alonso nun corre un pijo». Improperios, frases insultantes, inconvenientes que incitan a los clientes a reaccionar violentamente.
Si los chigres asturianos aspiran a tener un faltosu, parece que los partidos políticos no se quieren quedar atrás.
Seguro que en todos los partidos podemos encontrar faltosos, pero, sin duda, el que merece el título de faltosu mayor es el portavoz del PP en el Congreso. Falto de juicio, poco inteligente, que son los significados más comunes del término «faltosu», son predicables del Senador Cosidó.
Y fue un wasap –como el que me envió mi amigo– el detonante de uno de los mayores escándalos institucionales de los últimos tiempos; un wasap que Cosidó –sea o no el autor– envía a sus compañeros de escaño, referido a la renovación del Consejo General del Poder Judicial, en el que se enseñoreaba de tener controlados a los jueces, a los que, por alcance, considera marionetas sin personalidad y faltos de criterio. Un sujeto de esta calaña no merece permanecer ni un segundo más ostentando tan altas responsabilidades. Casado, si tiene un ápice de sentido común, debe destituirlo como portavoz y pedirle que renuncie al escaño. De no hacerlo, será cómplice de tamaño desafuero.
Pero a Casado le faltan pulso, decisión, ejecutividad, empuje; está «casado» con demasiada gente, ha asumido demasiados compromisos y está cargado con mochilas muy pesadas. Debe soltar lastre porque, de otro modo, Rivera se erigirá en el único líder natural de quienes defienden la dignidad de las instituciones y la unidad de España.
Casado debería tener presente que mandando mal se pierde la autoridad del mando.
Quedan por disipar algunas dudas: ¿el Senador amigo que publicitó el wasap de la discordia lo hizo para perjudicar a Cosidó, a Casado o para dinamitar el acuerdo alcanzado con el PSOE sobre la composición del Consejo, que, se mire como se mire, era una ruina para el PP? Frente a estos mindundis, la figura del juez Marchena se erige con una dignidad monumental.
Marchena encarna la figura del juez que todos quisiéramos tener como presidente del tribunal que hubiera de juzgarnos si las circunstancias de la vida nos colocaran ante tal tesitura.
Marchena acumula un saber jurídico enciclopédico tal que nadie, ni sus más acérrimos enemigos, alberga dudas sobre su capacidad. Marchena es plenamente consciente de que los jueces, más que detentadores de un poder, son dispensadores de justicia y, como tales, deben ejercer con señorío.
Marchena es perfecto conocedor de que la independencia tiene carácter orgánico y hace referencia a la posición del juez ante las instituciones, ante los demás poderes, y ahora se le ha dado la oportunidad de demostrarlo.
Marchena sabe que en la línea de nombramientos interfiere la política, pero deviene inasumible cuando la gestión que de ella se hace genera dudas en la ciudadanía sobre la imparcialidad y la ética de los propuestos.
Marchena sabe que reúne méritos sobrados para presidir el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Supremo, instituciones ambas para las que sería un honor y un orgullo que las dirigiera, pero también sabe que la política es un asco que mancha todo lo que toca. Marchena nos ha hecho recordar a Baltasar Gracián: «Por grande que sea el puesto, ha de mostrar que es mayor la persona».