Nos viene a la memoria - con motivo de la entrega ahora de los “Premios Princesa de Asturias” del presente año - cuando en el mes de octubre de 2008 recibió el galardón de Ciencias Sociales, el filósofo e historiador búlgaro Tzvetan Todorov.
En nuestro largos años observando el protocolar acto tuvimos la ocasión de conocer a heterogéneos recompensados, y cada uno, sin excepción, nos ha ido dejado un poso de valías y ejemplos inconmensurables.
Todorov - falleció va hacer un año en Paris – decía que lo más sagrado en el planeta en el que estamos envueltos tras dos terribles guerras mundiales y conflictos sin descanso, debería ser el sacrificarnos por Dios, la nación o la clase asalariada, y lo basaba en algo tan espontáneo como que una persona sonriera a otra en la calle y ese acto fortuito pudiera ser la base “para trasforma el fundamento de toda una vida”.
Tal vez esa nueva bienaventuranza era el recordado “Amaos los unos a los otros”, las mismas palabras que durante siglos ha sido malamente escuchadas.
El terrorismo religioso actual nos lanza al hipogeo, seca nuestras propensiones humanísticas y nos coloca al borde de un precipicio sin fondo, al estar desmoronándose desde una altura que nubla el entendimiento y nos dice que el enemigo siempre es el otro, el incomprendido sin razón o con ella. No hablamos con el ajeno, no tocamos verdades que nos pudieran unir. El rencor es la medida del todo, el fin del propio tiempo envolvente.
Escuchemos a Todorov despacio, respirando sus señales hacia el interior de la piel: “Comprender al enemigo quiere decir igualmente en qué nos parecemos a él”. ¡Qué tremenda verdad! Si escucháramos a los otros nos veríamos como hermanos siameses, y no lo hacemos al haber destruido la convivencia sin descanso.
Frente al terrorismo vehemente, se nos repite como un versículo: no caben medias tintas al estar nuestras mentes fraguadas en las cavidades profundas del ser, cuando sabemos que hasta el peor humano posee arrebatos que se han desplomado desde su propio cielo protector. Somos barro, sangre macerada y soplo venido de una deidad lejana, y aún así nos vemos retorcidos, obcecados, verdugos de unas creencias mal preñadas a partir de la misma noche de los tiempos.
Seguimos atados al cordón umbilical de la expiración, donde la mala levadura del humano cuece macerada.
Actualmente el terrorismo lo manejan fracciones sanguinarias cuya lucha es contra la civilización judeocristiana, y que mañana puede ser contra el resto de los credos o pensamientos pródigos.
Lo mejor que en estos tiempos de relámpagos políticos podemos hacer, en medio de las Guerras de Oriente Medio, las palabras de Donald Trump, el crecimiento de los nacionalismo más obtusos o el rompimiento de esa rayuela llamada Unión Europea, es meditar, analizar y respetar las consecuencias de estas dos frases de Todorov que comenzó a tejerlas en su ciudad de Sofía, cuando la vida salía a su encuentro al final de la espantosa II Guerra Mundial:
“La inmensa mayoría de los crímenes colectivos fueron cometidos siempre en nombre del bien... Las causas nobles no disculpan los actos innobles”.
“La guerra es más poderosa que las razones por las que se va a ellas. Hoy casi todos los conflictos que lidera Occidente se presentan como si fueran humanitarios”.
“Creo que el rol de los intelectuales no es seguir la corriente, sino perseguir la libertad, preguntarse por ella, y transmitir los resultados de su pesquisa. Y no tener miedo”.
Los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI nos han demostrando la imparable presencia de genocidios, torturas y hambrunas con miles de refugiados que siguen sin obtener un cobijo, y es que la insensibilidad ha tomado cuerpo y hemos venido acostumbrándonos al dolor de los otros… hermanos en el planeta.