Últimamente con más ahínco se viene afirmando que la base del “alma” humana, o al menos nuestra conciencia del yo, “no es más que un producto de una simple reacción bioquímica en el cerebro”.
Tiempo antes, un biólogo estadounidense, Edward O. Wilson, pronunciando una conferencia con motivo de un Simposio sobre Sociedad y Cerebro, dijo ante el asombro de los presentes:
“Estoy convencido de que la ciencia conseguirá establecer que el cerebro no es más que algo puramente material, descartando por completo la posibilidad de que exista eso que suele denominarse espíritu o alma”.
Desde esa fecha la polémica estuvo servida y deberá responder a ella el pensamiento mismo, cuando la creencia religiosa es una hipótesis que no se puede poner a prueba. ¿Con qué parámetro se mide la fe?
Quizás si estuviera aún entre nosotros Heidegger, el filósofo alemán, tal vez sustituiría la subjetividad entre “el ser o el tiempo”. O hablaría desde su “Dasein”, significado que le dio a “ser ahí”, haciéndonos preguntar “por qué hay Ser (ahí) y no más bien nada”.
En el “Diccionario de Pensamiento Contemporáneo”, obra presentada por la reconocida editorial San Pablo, dice que la historia del problema del alma es, en realidad, la historia de la misma filosofía, y ésta comienza, en efecto, cuando el ser humano se interroga sobre sí mismo, lo que lleva a preguntarse: ¿quién soy yo?, ¿de qué estoy hecho?, ¿cuáles son mis ingredientes básicos?
Alguien responde a esas preguntas al decir que nuestra mente, donde está el “yo” y por lo tanto ese concepto de “alma”, es una simple internación de células nerviosas, las que se proyectan desde la parte posterior del córtex en el cerebro.
Sin embargo en el catecismo de la Iglesia Católica, a la pregunta ¿qué es el alma?, hay esta sencilla respuesta: “Nuestra alma es lo que nos da vida, es espiritual y nunca muere, y con el cuerpo forma al hombre”.
No es ésta una crónica filosófica, ni siquiera un pequeño reducto para el pensamiento, son simplemente unas líneas en búsqueda de una explicación convincente que posiblemente no llegue nunca, especialmente cuando la idea del alma es fundamental para darle razón a nuestra existencia humana.
Aún si fuera verdad la teoría de que el alma es una simple reacción química, el aceptar que la promesa de una vida eterna ha sido un engaño, nos llevará a la soledad más pavorosa, ya que ese día el “homo sapiens” no estaría solo, sino solísimo.
A modo de consuelo: hace tiempo que los investigadores en los laboratorios ha conseguido crear la primera prótesis cerebral: un chip de silicio que es capaz de mimetizar las funciones del hipotálamo, el área del cerebro encargada de controlar la memoria, el estado de ánimo y la conciencia.
Esto ya se está usando para ayudar a pacientes que hayan sufrido daños cerebrales a consecuencia de infartos o patologías como la epilepsia o la enfermedad de Alzheimer.
En buena lógica la ciencia no interviene en los designios de la fe, aunque existan enigmas que el raciocinio humano no entenderá o al menos en la forma que uno desearía.
Y es que con todo, Dios o la Luz de la Vida, debe estar en alguna parte, dentro de nosotros mismos, o allá afuera, en la inmensidad del Cosmos, tras los inmensos agujeros negros creadores de otros universos paralelos.