En un siglo que aún se puede rozar con las manos, Europa padeció dos guerras mundiales y docenas de enfrentamientos bélicos entre sus propios vecinos. Las más sangrantes en los Balcanes que, aún apaciguadas, no terminan de cicatrizar.
El continente de las civilizaciones greco-latinas sigue conservando aspectos memorables de su pasado luminoso. No todo es polvo ni piedra calcárea: hay luz, ideas imperecederas, pensamientos filosóficos trascendentales y una raza con valores basados en la libertad y la siempre agradable conversa.
La noción aristotélica de la equidad anhelada en los escritos de Platón a Heidegger o Sartre, se ha esparcido y germinado.
Innegable es que la Unión Europea ha tenido sus altibajos, que Reino Unido – no ahora, sino desde hace centurias – no ha estado muy cómodo unido al continente, al tener sus entrañas insertadas con ímpetu en su Isla de Albión.
El Brexit está teniendo una corriente de contrariedades, dudas y recelos. Queda poco tiempo para que Londres consensúe su alejamiento, y aún así, será siempre más lo que les seguirá uniendo al continente de Galileo, Michael de Montaigne, René Descartes o Spinoza, que lo que les pueda separar.
Europa es una trascendental idea en sí misma, añadiéndole capas de tradiciones, reales unas, instauradas otras, o colocadas, a modo de una venta de paños regentada por un resignado luterano, al deleite del diálogo con el parroquiano de turno.
El veterano continente hoy transita sobre los anhelos de “La marcha Radetzky” de Strauss, composición que Joseph Roth, nacido el mismo año de la muerte del maestro, convirtió en un relato basado en un imperio austriaco que pocos años después seria desmembrado.
Uno, al amparo de los antiguos caminos errabundos, anda estos días de octubre de un lado a otro por las encrucijadas de la curtida Europa, al encuentro de entelequias y metáforas que nos ayuden a comprender, aún en forma de retazos, una unidad compartida.
El gran lar es un lugar de la memoria con amplias pasiones telúricas esparcidas en el devenir de cada esperanza posible, sembrada sobre ideas, palabras y pergaminos memorables de Dante, Tomás de Aquino, Shakespeare, Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Goethe y, un poco más cerca, Cervantes, Antonio Machado, Heidegger, Steiner - Europa está en sus libros – o Claude Lévi-Strauss. Y para no olvidar el sufrimiento reciente que hiere, el Primo Levi del holocausto nazi.
“Las grandes ideas humanas, eso es la cultura europea”. Lo que Mann había aprendido de Goethe, y éste de Ulrico von Hutten.
En una conferencia en el Nexos Institute, en Breda, Holanda, George Steiner señaló que Europa es un café repleto de gente y palabras, “donde se escribe poesía, filosofía y se conspira sin separarse de las empresas culturales, artísticas y políticas de Occidente”.
Ahí, en ese concepto, se halla la verídica representación europeísta en la que reposa la imperiosa tarea de un pasado, compartido dentro del anchuroso abanico de anhelos, que nos hace ser un pueblo constituido y hermano de naciones, cada una de ellas con su propia indosincracia.