(En modesta respuesta a Christine Lagarde sobre el rumbo de la economía mundial)
Tal vez no sea exacto afirmar todavía que el viejo orden mundial de la posguerra fría se ha desmoronado, pero lo cierto es que se deshilacha a ojos vista. La crisis de 2008, que azotó al campo imperialista capitaneado por EEUU, hizo que cambiara y se convirtiera en el principal tema de discusión la gobernación económica y política mundial.
Casi una década después, se están escenificado todas las tensiones y roturas, los desencuentros y alianzas de geometría variable que empiezan a dibujar el nuevo desorden mundial que se avecina.
De los 19 países que forman el G-20 (más la Unión Europea como un conjunto), el nuevo presidente norteamericano blande la imposición de sanciones y la retirada de tratados a 12 de ellos. Además de tensiones político-militares que mantiene con Europa en la OTAN o con China en el Mar del Sur, Trump ha lanzado la guerra del acero y el aluminio con Brasil, Canadá, la Unión Europea, Japón, China, Alemania, y México. Canadá ya ha visto cómo se le han impuesto sanciones para defender la industria maderera de EEUU, así como con la importación de leche. Canadá, México, Australia, y Japón han sufrido la retirada de Washington del Acuerdo de Asociación Transpacífico, y a la Unión Europea lo mismo con el non nato acuerdo de libre comercio TTIP.
Una política de progresivo aislamiento y proteccionismo que revela la continua pérdida de peso y la creciente incapacidad de la superpotencia para ejercer el liderazgo internacional absoluto del que hasta ahora se reclamaba. Los mensajes que va dejando Trump son su amistosa reunión con Putin y el acuerdo comercial con el Reino Unido post-Brexit. Otro hachazo que hurga en el talón de Aquiles de Berlín y París.
Los más importantes medios de comunicación de todo el mundo reclaman, ante la nueva situación creada por Trump, que la canciller alemana Angela Merkel dé un paso adelante y se convierta en la nueva líder de Occidente. Pero Berlín, consciente de su escasa, por no decir nula, relevancia política y militar en el mundo y las divisiones y conflictos que enfrenta en la propia Unión Europea, se resiste con buen criterio a asumir el vacío que deja Washington, pese a las fanfarronadas y fantasías de su nuevo socio francés Macron. Mientras tanto, China busca hacer de mediador para que las tensiones no vayan a mayores y poder seguir desarrollando sin contratiempos su emergencia mundial. Putin, por su lado, va por libre y a la suya, intensificando su alianza con Pekín pero al mismo tiempo tendiendo redes para convertirse en un socio cercano a Washington a cambio de que sus intereses estratégicos en áreas de influencia que considera propias como Ucrania, Siria, el Cáucaso o Asia Central sean tenidos en consideración.
En se puede ver un fotografía, apenas una imagen fugaz y momentánea, pero relativamente fiable, del nuevo y complejo panorama de las relaciones internacionales. Un panorama en el que no hay, o al menos no se vislumbran, bloques consolidados, sino alianzas tácticas y de geometría tan variable como cambiante. ¿Es esta la fotografía del nuevo orden multipolar que se avecina?
Aún es pronto para responder. Pues la nueva situación presenta tantos rasgos confusos, imprevisibles y variables que a día de hoy sólo es posible predecir que el nuevo orden mundial que se está gestando nacerá en medio de fuertes convulsiones y conflictos para los que los pueblos del mundo debemos prepararnos aumentando nuestra capacidad de lucha e intensificando nuestro nivel de unidad y organización.