Del Consejo de Ministros al cementerio (político)

«El artículo del pasado sábado es un artículo atemporal», me comentan a través de wasap algunos amigos seguidores habituales de mi colaboración semanal. Cierto, acudo a este tipo de contenidos cuando mi actividad profesional me impide hacer un seguimiento puntual de la actualidad. En este caso, fue un viaje a Cuba en el transcurso del cual tuve ocasión de visitar la Federación Asturiana de La Habana y la Facultad de Derecho de la Universidad y departir sobre el Derecho Consuetudinario Asturiano. Orgullo, emoción e interés científico resumen los sentimientos que pude apreciar en ambos escenarios.

En fin, de nuevo en Asturias, compruebo que la actualidad gira en torno a la tesis doctoral de Sánchez y a su posible plagio.

Plagiar es copiar obras ajenas y presentarlas como propias, o reproducirlas sin permiso de su autor o, aún con permiso, sin dar cuenta de su origen. Y yo me pregunto: ¿quién no plagia? La vida es un plagio permanente. Son muy pocos los que son capaces de crear ideas originales. En el ámbito judicial, no hay sentencia que se precie que no entrecomille frases enteras de otras anteriores, entrecomillado que adquiere proporciones insufribles en las del Tribunal Constitucional; la producción doctrinal se valora al peso y cuantas más notas a pie de página incorpore mejor, notas que ciertamente dan fe de la autoría de los entrecomillados, pero que no dejan de ser plagios en sentido amplio con los que se rellenan páginas y páginas.

En su día, y al pairo de los procesos de corrupción, enuncié una máxima que tuvo éxito en el ambiente periodístico: «no hay políticos corruptos sin funcionarios permisivos»; hoy, al socaire de los plagios, me atrevo con la siguiente: «copiar a uno es plagiar, copiar a varios es investigar».

Creo que tanto en el caso de la tesis doctoral de Pedro Sánchez como en los másteres de Pablo Casado y de Carmen Montón se está exagerando en exceso. ¿Quién sería capaz de rechazar un máster? ¿Quién no se ha apropiado de ideas ajenas? Si hay que buscar responsables hay que mirar hacia la Universidad en la que el elitismo, el enchufismo y la política tienen un peculiar caldo de cultivo.

Las censuras que se le pueden hacer a Sánchez tienen mayor consistencia y calado que el plagio, con el que se está desviando la atención sobre temas nucleares de su gestión.

Las rectificaciones diarias, las argucias, las promesas incumplidas, han hecho acreedor a Sánchez de los sobrenombres de El Capitán Tramposo y Curro Jiménez. No es la prudencia su principal cualidad. No parece seguir Sánchez el consejo de su tocayo, el prelado y poeta Pedro Balbuena que en el Bernardo proclama «Cada vida tiene su corriente, y las riendas del tiempo el que es prudente».

Su intento de torpedear las reglas del juego parlamentario mediante la inclusión en la Ley de Violencia de Género de una enmienda a la Ley de Estabilidad Presupuestaria para excluir al Senado en la fijación del techo de gasto es una operación fraudulenta que rompe los principios de conexión y de subsidiariedad que deben tener las enmiendas respecto al texto enmendado.  

Sánchez será víctima de sus excesos y de sus mentiras como ya lo fueron dos Ministros y una Directora General. No sé si conseguirá convertir el Valle de los Caídos en un cementerio civil, pero está consiguiendo convertir La Moncloa en un cementerio político.

Al Gobierno de Sánchez le es aplicable el juicio del novelista Georges Duhamel en su «Chronique des Pasquier»: «No hay duda: el error es la regla; la verdad es el accidente del error».   



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