Hemos visto nacer al chavismo y lo hemos acunado. Nos entusiasmamos con sus primeros pasos, y sentimos una intensa emoción cuando, tras una larga lucha, Hugo Chávez Frías entró, arropado con una amplia mayoría de votos, en el Palacio de Miraflores y ocupó la silla presidencial.
Se abría una nueva era, y el país sentía – se palpaba – estar ante una revolución social pluralista basada en los valores renacidos al socaire de una nueva y magnánima moralidad política.
El Comandante falleció de una enfermada que pocos saben y han trascurrido ya casi 20 años del nacimientos del Socialismo del Siglo XXI y hoy Venezuela es una alucinación tenebrosa.
Chávez primero ni Nicolás Maduro a continuación, se convirtieron en autócratas y asumieron el culto a la personalidad como un atributo al poder desmesurado. El barinés se proclamó un día marxista aunque jamás hubiera leído – él mismo lo dijo – a Carlos Marx, y del “Manifiesto comunista” se aprendiera de oídas su famosa introducción: “Proletariados del mundo, uníos”.
El Comandante Hugo siguió al dedillo los pasos de su “padre” – así lo llamaba - Fidel Castro. El cubano, durante los primeros meses de su revolución reiteró no ser marxista. “Soy un revolucionario”, expresaba en sus larguísimos discursos. Habla durante horas de la reforma agraria, la toma de latifundios, la reducción de alquileres, nacionalización de las empresas básicas, la suspensión de toda propiedad privada, creación de milicias populares, el nacimiento de un nuevo socialismo con un plan profundo para hacer el hombre nuevo.
“El problema terrible de nuestra época - había expresado en 1959 el mismo día de entrar al palacio presidencial en la Habana - es que el mundo debe elegir entre capitalismo que hace padecer hambre al pueblo, y el comunismo que resuelve los problemas económicos, pero suprime las libertades. El capitalismo sacrifica al hombre. El Estado comunista, por su concepción totalitaria de la libertad, sacrifica los derechos del hombre. Por ello, nosotros no estamos de acuerdo ni con uno ni con el otro”.
Si las palabras hirieran, muchos políticos del calibre de cubano estarían desangrados.
Han pasado 59 años y la isla que se muerde la cola igual a un cocodrilo sigue siendo una nación controlada por el partido comunista.
(Nota: Quién desee saber esa realidad y de una forma portentosamente bien escrita, puede leer el libro “Gabo, cartas y recuerdos”, de Plinio Apuleyo Mendoza).
Venezuela persigue el mismo santo y seña. Hay aún algunas libertades… de “favor”. Se achica la propiedad privada, la libertad de prensa está cercada, y han cerrado numerosos medios de comunicación. Los periódicos no afines al actual madurismo, no reciben papel, mientras a los periodistas se les trata como enemigos y, ya es bien sabido: al enemigo ni agua. Persecución y vilipendio.
La economía es un caos y uno, que no es experto, contempla el nuevo cambio monetario una forma de caminar de espaldas. Desearíamos que no fuera así, no obstante los anhelos no preñan.
Existe un descontento generalizado, y casi 20 años de nefasta gestión ha sido suficientes para mostrar la catadura antipopular del autodenominado “Socialismo del Siglo XXI”.
En la Venezuela petrolera hay hambre, inseguridad a granel; escasean el agua, falta la electricidad, mientras el robo y la dilapidación de los dineros públicos son emblemas del Estado. Se han gasta millones de dólares y la pobreza sigue campeando. Lo que si hay a puñados son tanques, aviones, fusiles y pertrechos para enfrentar las voces de los ciudadanos que salen a manifestase. Y corrupción a espuertas.
El futuro de la nación sigue siendo negro a manera de ese líquido bituminoso que lo produce y que cada día cuesta menos y, como la falta de libertad, nos ennegrece el espíritu.
En el libro inmortal de Cervantes, Don Quijote le dice a su escudero:
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
Venezuela sufre, vive años de abandono, desidia y amargura. Es inhumano y, aún ahora, tras dos décadas de Chavismo- Madurismo, el cielo del país está encapotado, de un gris ceniza y los anhelos cuelgan entre las ramas de las esperanzas truncadas.
No somos un país, únicamente un rasgado sufrimiento.