Vapores de agosto

Una de estas noches  de agosto  con un libro de trovadores griegos -  recopilación de Miguel Castillo Didier editada en la desaparecida Monte Ávila de Caracas – nos quedamos  adormilados entre un vaho de bajamares, capiteles y promontorios jónicos, entre estrofas de Kostis Palamas, Constantino Kavafis, Nikos Kazantzakis,  Elías Simopulos, Odiseo Elytis y Yorgos Seferis siempre ensoñado con su “bella Esmirna”.

 Al lado de ellos  las palabras  de Pablo Liasidis, el mismo que trenzara su obra en lengua chipriota-griega en  esa  isla de la perpetua bajamar:

“Roca era tu corazón en los comienzos, pero yo arremetí, /  y poco a poco lo quebré con el martillo de la esperanza, / y encontré suave arena de dicha y allí anclé, / y brotó el agua artesiana del amor”.

Tal vez en alguna parte el tiempo comience a  deshacerse  en sombras mientras seguimos siendo rehenes de los recuerdos.  Cruzado ese instante,  las dudas se largan, la fosforescencia parece esconderse, y sentimos como si el fresco de la tierra se amoldándose entre los huesos ahora más quebradizos.

Retomamos  el manual de los poetas helénicos en el que  Takis Varvitsiotis,  nacido en Tesalónica  entre olivos,  parras y pinos negros,  modulaba versos admirables  entre angustias filosas y romero marchito:

Pasarán años y años, pero tú no pidas
Volver a ver tu color en la penumbra de los ángeles,
No olvides las rosas blancas,
No olvides el polen del cielo,
No digas que la vida no es bella.

Existir es la realidad al trasluz de los días con sus noches,  siendo así el primer paso que podemos rozar con ilusión mientras la inexorable partida,  cuando llega, es un tránsito de una alucinación a otra, un resplandor de un agosto inundando en los añiles del Mediterráneo, ese piélago que nos mira desde las honduras helénicas en el cual comenzó el atributo del diálogo que nos hizo verdaderamente humanos.

Lo expresamos una vez en un instante preciso: aunque nos  atareáramos  sobre ardores a la hora de escribir, el lector no encontraría nada más que resquicios entre las líneas de mis apegos, siendo ese el fundamento  de volver, una vez más,  a empezar de nuevo.



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