Siempre nos quedará Asturias, sus paisanos, sus paisajes, su gastronomía, sus costumbres y, sobre todo, su historia, para refugiarnos de los desvaríos de un Gobierno presidido por un insensato, por un alocado, que, para pagar las hipotecas contraídas en la moción de censura, no duda en recibir con honores a los separatistas y negociar con ellos la ruptura de España. A este sujeto peligroso hay que desahuciarlo de La Moncloa cuanto antes.
Mientras esto ocurre, siempre podremos rememorar la historia de Asturias y constatar a través de ella la importancia de su aportación a la otrora grandeza de España.
En efecto, en el siglo XVI, el entonces imperio español mantenía dos grandes rutas comerciales con sus posesiones americanas y asiáticas: la denominada Flota de Indias, que cubría el trayecto entre Veracruz (México) y Cartagena de Indias (Colombia), con Sevilla y el llamado Galeón de Manila que enlazaba Manila (Filipinas) y Acapulco (México). Las mercancías de esta última se transportaban por tierra desde Acapulco hasta Veracruz, y se incorporaban a la Flota de Indias. Las expediciones se reunían en La Habana para realizar el viaje de regreso protegidas por los grandes galeones fuertemente armados que las defendían de los ataques de los piratas.
Sostener esta fuerza de transporte y de combate en condiciones de garantizar la integridad de las comunicaciones entre la metrópoli y las referidas posesiones exigía, de un lado, una labor de mantenimiento de los buques que sufrían mucho desgaste en sus travesías por el Atlántico y por el Pacífico, y, de otro, una reposición permanente de la flota.
Tras el esquilmo que sufrieron los bosques navarros y cántabros durante los siglos XVI, XVII y principios del XVIII, la Marina española centró su atención en la alta calidad de los espesos y vastos bosques del Principado de Asturias. Ahora bien, los bosques costeros estaban prácticamente agotados y, por ello, era necesario adentrarse en el interior de la región donde por su carácter agreste y dificultades de comunicación se conservaban las mejores manchas forestales. La joya de la corona era el bosque de Muniellos, que es un gran robledal que cuenta también con tejos y acebos y está coronado por hayas y abedules.
Los preparativos para explorar el monte se iniciaron en el año 1768 mediante la apertura de una carretera entre Muniellos y Cangas del Narcea e intentando hacer navegable el río Narcea hasta su desembocadura en el Nalón y, de ahí, hasta el puerto de San Esteban de Pravia, donde se almacenaba la madera a la espera del flete que la conduciría hasta El Ferrol.
Los trabajos en los ríos consistieron en limpiar el cauce, dejando 80 centímetros de fondo y 6 metros de ancho y se llevaron a cabo en los 44 kilómetros inmediatos al mar.
La madera se transportaba hasta el río en vehículos de tracción animal y por este en chalanas de fondo plano.
A lo largo del siglo XX, las talas fueron tan abusivas que en el año 1964 el Patrimonio Forestal del Estado propuso un plan de repoblación que, juntamente con los problemas económicos de la empresa que explotaba el monte, llevaron a esta a venderlo al Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA). La Ley del Principado de Asturias 9/2002, de 22 de octubre, declara Muniellos Reserva Natural Integral.
La madera asturiana contribuyó a las grandes gestas de la Marina española. Conviene recordarlo en un día tan señalado como el de hoy en el que se conmemora el inicio de la Revolución Francesa, es mi cumpleaños y un gran amigo ha querido agasajarme con una paella de marisco en el pueblo más bonito de Asturias: Somao.
Indudablemente, siempre nos quedará Asturias.