El término hipoteca es inquietante. La hipoteca es un gravamen, una servidumbre con la que se debe convivir en tanto no se liquide definitivamente el préstamo acordado. Si se hipoteca una finca, el inmueble responde del pago. Todos tenemos hipotecas, pero las más peligrosas son las que se contraen en el ámbito político.
El anatocismo es el cobro de intereses sobre los intereses de mora derivados del no pago de un préstamo. Consiste en que a la persona que no pague la totalidad o una parte de la cuota que le corresponde para un período determinado, el monto dejado de pagar se la sumará al capital prestado y, por tanto, pasará a formar parte de la deuda a la cual se le adicionarán nuevos intereses. Un auténtico desastre para la economía del que lo sufra.
Sánchez, en su afán impulsivo e irrefrenable por alcanzar la Presidencia del Gobierno, ha asumido hipotecas anatocistas. Los que le han hecho el préstamo irán sumando intereses a los intereses y nunca verá satisfecha la deuda por mucho que se esfuerce. En el caso de un ciudadano de a pie, el pago se efectúa con su propio patrimonio; en el caso de Sánchez, el pago recae sobre las arcas públicas. Al detrimento económico se suman también -por qué no decirlo- una disminución en los estándares éticos exigibles a un gobernante.
Sánchez pertenece a esa clase de políticos para los que el interés público deja de serlo si no coincide con su propio interés. Yo conocí a varios a lo largo de mi carrera profesional y puedo asegurar que, al margen de enriquecerse, su contribución al bien común fue nula.
El traslado de los presos del «procés» a cárceles catalanas será germen de problemas permanentes, al margen de que se trata de una medida discriminatoria y temeraria. No debe olvidarse que el Director de Instituciones Penitenciarias de la Comunidad Autónoma de Cataluña es un independentista recalcitrante por lo que, teniendo en cuenta que para los políticos catalanes el respeto a la ley no forma parte de su cultura, los tratos de favor serán una constante. Nada será bastante para los secesionistas como no sea la convocatoria de un referéndum, y esa parece ser una de las opciones de Sánchez cuando plantea un diálogo «sin cortapisas». Pero que tenga muy claro el Presidente que ni siquiera esa medida será suficiente si se pierde. Anatocismo sobre anatocismo.
Si en Cataluña el Gobierno se alía con quienes pisotean la Constitución, con quienes están procesados como reos del peor delito que se puede cometer por su repercusión en la convivencia y en la economía, con quienes quieren hundir el país, la política del «pito pito gorgorito» que se viene aplicando con la migración es patética y colaboracionista con las mafias que han visto incrementados sus beneficios con la inestimable colaboración de un Gobierno que trabaja más para la imagen que para resolver los problemas de quienes se embarcan en una aventura de riesgo en busca de una vida mejor. Sánchez ha pasado del «no es no» al «este sí, aquel no». Aquarius sí, pero para los mil quinientos que llegaron un día después, ni agua. Esto no es política, es un asco.
Vivimos anestesiados por el almíbar de la demagogia.
Qué se puede esperar de un país en el que el poder, la vanidad y el dinero lo son todo.
Pensemos en la selección de fútbol. ¿Quién no está cansado de ver al caduco y hortera Sergio Ramos, cuya piel se parece cada día más al wáter de una gasolinera, al pesetero Iniesta, al ideologizado Piqué o al aprovechategui Hierro?
Vano (vanidad) viene de vacío. Una pena. Siempre nos quedará Asturias.