En lo que va del año 2018 varios cientos de forjadores de sueños en busca de una frontera, salieron de las costas africanas en condiciones paupérrimas y en chalupas que apenas sirven para cruzar un riachuelo, Muchos no llegaron.
Una de las razones aprendidas cuando se lee con frecuencia Historia, es que el mundo está dominado por la ley del más fuerte; el peso de las naciones no se mide más que en potencia militar y en términos de comercio internacional. Y razón no falta a esos analistas. Los pueblos no tienen amigos, sino intereses. Y con ese decálogo se mueven con alta frecuencia.
África es una considerable porción de tierra “fuera del juego”, ya que hasta 1994 no representaba nada más que el 1 por ciento de las exportaciones mundiales, con lo cual no se la tomaba muy en cuenta en el concierto de las naciones. Es decir, en un mundo evaluado en términos de mercado, el continente tiene muy poco peso, aunque eso parece estar cambiado un poco. Lentamente sin duda, y aún así lo hace.
Las grandes potencias cuentan con una política africana pero solamente en el orden comercial o estratégico. Eso que llamamos los Derechos Humanos, la solidaridad, la ayuda al prójimo, no es algo preocupante, de lo contrario no contemplaríamos los amargos y quejumbrosos espectáculos de hambre, miseria y muerte violenta que suceden, como una cadena hiriente y sin fin, en muchos puntos de ese mar llamado de “las civilizaciones” que cada día los medios de comunicación nos introducen entre los ojos.
En medio de tanto dolor hiriente, la llegada a Valencia el pasado domingo de 630 inmigrantes (418 hombres, 73 mujeres – entre ellas varias embarazadas - y 68 menores) de 31 países africanos, y que fueron recibidos con muestras de cariño, es una gota de agua en el mar Mediterráneo y, aún así, es una chispa esperanzadora. No todo está perdido a la hora de ayudar a los expatriados. La ciudad de Cid ha dado un claro ejemplo de humanismo.
Los emigrantes que exasperadamente desde todos los puntos cardinales del África negra y profunda, llegan a las desnudas costas de Libia o Marruecos y suben, a cuenta del precio de todos sus ahorros, en una patera para hacer la travesía de la muerte o consumar un sueño, saben de vientos despiadados y traicioneros agazapados en cada recodo del sinuoso camino.
Uno, en estas circunstancias, aunque fuera solamente para intentar no desgarrarse, debería recordar los poemas mulatos de Nicolás Guillén envueltos en “Sóngoro Cosongo”. “Vine en un barco negrero. / Me trajeron. / Caña y látigo el ingenio. / Sol de hierro. / Sudor como caramelo. / Pie en el cepo.”
Estar en Valencia cuando llegó la flotilla del “Aquarius”, fue sentir que la solidaridad existe gracias al cielo protector, el cual ha mirado con satisfacción a la comunidad mediterránea.