El geoestratega José María Aznar -ex presidente del Gobierno y ex presidente del Partido Popular, que confiesa que ahora no se siente representado por nadie- se ofreció para reconstruir el centro-derecha español que, según su opinión, está hecho pedazos.
El mismo día que su sucesor, Mariano Rajoy, anunciaba -después de haber sido defenestrado de la presidencia del Gobierno por una moción de censura- que dejaba la primera línea de su larga vida política para dar paso a nuevos protagonistas, José María Aznar mostraba el protagonismo divino que le caracteriza y se auto proponía para reiniciar la reconquista del ideario político que lideró en los tiempos de esplendor. Un ejemplo para todos. Solo hay que ver la foto de "su equipazo" de gobierno -con la mayoría de sus ministros inculpados en asuntos de corrupción- o visionar el vídeo de la boda de su hija Ana y el escurridizo Alejandro -con una buena parte de los invitados anónimos y menos anónimos en la cárcel por asuntos similares- para intuir lo que pretende reconstruir, todo por el bien de España.
Es admirable que de los barros de aquellos tiempos -que derivaron en los lodos que acabaron arrastrando a Mariano Rajoy- solo continúen "casi" impolutos -por el momento- el propio José María Aznar y su mano derecha y ex ministro de Fomento, Francisco Alvarez Cascos. Ambos incorruptos y libres de toda sospecha.
Tan incorruptos que el uno, Aznar, quiere pasar a la posterioridad como la divinidad resucitada y purificadora del centro-derecha; y el otro, Alvarez Cascos, que volvió desde la T-4 de Madrid hacia las tierras del noroeste cruzando la meseta sobre tableros y puentes, quiere que le recuerden como la gran referencia -del desgajado Foro, partido que el mismo fundó- en la alcaldía del Ayuntamiento de Gijón.
Ambos, maniobrando están.