A San Francisco de Asís la tradición cristiana le atribuye una santidad que se acercó al ideal del Evangelio. Él es la humildad, el equilibrio, el amor al creador y a las criaturas. Un santo soleado de Evangelio que amaba la libertad como un pajarillo del cielo. Un manantial limpio que venció a la prepotencia con la ternura y la alegría que llevaba en el corazón.
Cuenta el Hermano Morico, amigo del santo, que el día de Navidad frotó las paredes de la Porciúncula con carne para festejar el nacimiento del Niño Dios. Y que luego le dijo: «Si el rey fuera mi amigo le pediría que en este día ordenase a todo el mundo que sembrara trigo en los patios y en las calles durante la Navidad, para que hicieran fiesta nuestros hermanos los pájaros. Si el rey fuera mi amigo le diría que ordenara que en estos días cuantos tienen bueyes y asnos en sus establos los lavasen con agua tibia y les dieran doble ración de alimento. Y en cuanto a los ricos, estos días tendrían que abrir sus puertas a los pobres y servirles personalmente de comer. ¡Porque Cristo ha nacido y con Él la danza, la alegría y la salvación!».
Cuando Jesús nació se hicieron muchas locuras: una Virgen dio a luz un niño que era Dios; una vieja dejó de ser estéril; un mudo profetizó; unos pastores hablaban con los ángeles; unos Reyes abandonaron sus coronas y fueron a ver a un niño en una cueva; los ángeles no sabían si el cielo era tierra o la tierra cielo.
Sólo los listos siguieron siendo cuerdos porque ni se enteraron.
Francisco también hizo muchas locuras porque llamó al Sol, a la Luna, a la muerte, al prójimo y a los pájaros del cielo hermanos. Luego el aburrimiento de la historia volvió a cambiar las locuras en tonterías llenas de cordura.
Yo, en el día de su fiesta, si San Francisco fuera mi amigo le pediría que nos dejemos solear por el Evangelio como él, para que los hombres jueguen a hacer locuras que sirvan para espantar el aburrimiento de este mundo.