El parásito es un organismo que vive sobre otro organismo huésped del que se alimenta, debilitándolo aunque sin llegar a matarlo. En el lenguaje vulgar se califica como parásito a la persona que vive a costa de otra u otras, aprovechando sus recursos materiales.
En nuestra sociedad existen diversos ámbitos en los que los parásitos campan a sus anchas, pero, sin duda, donde más proliferan es en la política. Ningún partido de los tradicionales es ajeno a esta «enfermedad». PP y PSOE son buenos ejemplos, pero aquel gana por goleada. ¿Se puede vivir de la política gorroneando el presupuesto público, es decir, el dinero de todos los contribuyentes, durante 29 años? Mariano Rajoy lo hace, acompañado de Celia Villalobos. De ahí para abajo, pero superando siempre los 20 años, José Ignacio Llorens, Javier Arenas, Pío García Escudero, Pedro Agramunt, Antonio Hernando, Cristóbal Montoro, Teófila Martínez, José Manuel García Margallo, Arturo García-Tizón, Jorge Fernández Díaz y un largo, larguísimo, etcétera.
Aunque tildo de parásitos a quienes han hecho de la política su único y confortable medio de vida, soy contrario a la limitación de mandatos. No veo motivo para eliminar de la vida pública ejecutiva a quien es capaz de ofrecer soluciones y bienestar a la población. Alguien pensará que incurro en contradicción si hablo simultáneamente de parasitismo y, a la vez, defiendo el mandato indefinido. En absoluto: parásito es solo aquel político que, aun consciente de que no tiene nada nuevo que ofrecer, sigue aferrado al presupuesto público.
Y este es el caso del PP. Ha agotado su discurso, ha fracasado al afrontar los grandes retos que tiene nuestra sociedad y, a pesar de ello, no se renueva, ni se renovará por voluntad propia; deberán ser los ciudadanos los que lo despierten de la parálisis que sufre. Ahora tiene recambio.
La aprobación de los presupuestos se ha convertido en una rifa. ¿Para qué sirvió actualizar el cupo vasco? La gestión del tema de las pensiones ha sido ruinosa. De la mentira de que ligar su subida al IPC resultaría catastrófico para el interés público se pasa a aceptar una enmienda del PNV. El problema catalán se les ha ido de las manos. Su negativa a recurrir el voto delegado ha desembocado en una presidencia rebelde e incontrolada que será fuente de problemas permanentes.
La tímida renovación emprendida está tocando fondo. Pablo Casado, gran esperanza pepera, está camino de seguir los pasos de Cifuentes: aprobó doce asignaturas de la carrera de Derecho en cuatro meses, obtuvo el mismo máster que Cifuentes sin ir a clase, sin hacer exámenes y sin trabajo fin de máster. Dice que hizo lo que le pidieron, pero esa no es la cuestión. Tenía que saber que lo que le pidieron era extravagante, anormal. Parece que sufre el mismo «problema» que el autor del voto particular en el caso de «La Manada», no sabe distinguir entre el bien y el mal, y un político incapaz de dilucidar una cuestión tan elemental se convierte en un peligro.
¡Qué absurda obsesión por el currículo en una actividad para cuyo ingreso no se exige conocimiento alguno! Basta con ser amigo o familiar del que confecciona las listas.
El PSOE se ha renovado; Podemos y Ciudadanos son nuevos por origen; por contra, el PP se parece cada día más al fenómeno que los operarios de limpieza bautizaron como fatberg, engrudo de toallitas húmedas, cadáveres de insectos y otros elementos, fácilmente imaginables, que obstruyeron las alcantarillas de Londres. Fueron necesarias para doblegarlo mangueras de agua a presión, martillos neumáticos y piquetas.
El PP se tapona a sí mismo.
«Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto».