Una sentencia intragable, un voto particular impresentable

Trescientas setenta páginas, de las cuales ciento treinta y tres corresponden a la sentencia y doscientas treinta y siete al voto particular.Las leí con detenimiento, subrayando. No me voy a convertir en experto penalista de la noche a la mañana, pero creo que tengo el suficiente sentido jurídico común para poder opinar.

La vulgarmente conocida como sentencia de «La Manada» pertenece a la categoría de las que vengo denominando «Así pues», es decir, sentencias en las que, lejos de ser el fallo la conclusión de la motivación, se da una inadecuación manifiesta de modo tal que el desenlace que el operador jurídico espera como consecuencia directa e inevitable de la lógica de lo razonable se ve alterado sorpresivamente.

Los firmantes de la sentencia en cuestión, tras afirmar que la denunciante fuepenetrada bucal, anal y vaginalmente, quesintió un intenso agobio, desasosiego e inquietud, que no pudo ejercer resistencia ante el temor de sufrir un daño mayor, que las relaciones sexuales se mantuvieron sin su aquiescencia, que se sintió impresionada y sin capacidad de reacción, que no podía huir, que fue grabada en vídeo sin su conocimiento, que durante el desarrollo de la secuencia sufrió ausencia y embotamiento, que no hubo interacción sexual, que estaba sometida a la voluntad de los procesados, que estaba agazapada, acorralada y atemorizada, que sufría un bloqueo psicológico, que tenía un influenciamiento por el alcohol que alteraba su conocimiento, su raciocinio y su capacidad de comprensión de la realidad, que los procesados actuaron de forma desaforada, con exceso y omisión de toda consideración…, es decir, cuando todos esperaban una condena por violación, se sacan de la manga –ninguna de las partes lo había invocado- un delito de abuso sexual con prevalimiento. No apreciaron la agresión sexual que venían anunciando a voces. Incomestible.

Si la sentencia es intragable, el voto particular es de un machismo recalcitrante. Un juez sancionado en cuatro ocasiones por dilaciones indebidas, es decir, por retrasos injustificados,se permite dedicar doscientos treinta y siete folios a juzgar, humillar y vejar a la denunciante a través de un relato semierótico en el que se recrea en los detalles escabrosos. Así nos enteramos de la flacidez de los penes de los procesados o de la utilidad del sexooral para la lubricación anal. ¿A qué viene esto?

Donde otros ven violación o abuso, él ve una película porno, al apreciar «desinhibición total y explícitos actos sexuales en un ambiente de jolgorio y regocijo», «gestos, expresiones y sonidosde excitación sexual», «movimiento de vaivén que sugiere una penetración sincrónica y gemidos de naturaleza sexual». Incluso llega a afirmar que cuando se produce una agresión sexual, la mujer puede experimentar placer. Inaudito. Pide la absolución.Una infamia. Si estas expresiones las pronuncia un político, serían motivo de renuncia y querella, pero los jueces son independientes. Parece que impunes.

Se pide respeto, pero el respeto no es una actitud implícita a la función de juzgar. Para ser respetado, hay que respetar. El respeto se gana día a día, con nuestro comportamiento, con nuestras decisiones. Un juez que pide la absolución para cinco neandertales que abusan de una chica de dieciocho años, con un alto grado de alcohol en sangre, no parece que haga méritos para ganarse el respeto de la sociedad.

Desconozco si tiene «un problema singular», pero tiene un problema: no es capaz de distinguir entre el bien y el mal, conocimiento que está al alcance de cualquiera.

No hay que modificar la ley, solo hace falta un poco de sensibilidad y el abandono del pensamiento falocrático. Lo dijo Publio Siro: «La absolución de los culpables es la condena del juez».  



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