Pide perdón, pero en política solo cabe la dimisión Veintiocho días mintiendo.
No existen noticias de que en el panorama europeo, quizá mundial, un político se tire veintiocho días mintiendo a sabiendas sin que su partido lo fulmine.Claro que estamos hablando del PP en el ámbitonacional, que es lo mismo que decir el rey de la mentira. Cuesta trabajo entender que un partido que viene sufriendo día tras día el acoso de la corrupción, que lo está minando en su credibilidad,reincida manteniendo en su puesto a Cifuentes, que ha demostrado pertenecer alo peor de la política.El lamentable episodio del máster es el merecido broche de oro a una carrera política construida sobre la desgracia de los demás. Donde caía alguien del PP en Madrid, sea en la Comunidad, sea en el partido, allí estaba Cifuentes para heredar.
Nunca fue santo de mi devoción. Siempre la consideré una trepa, una vividora de lo público, una practicante de la política espectáculo,que viene utilizando las instituciones y los actos públicos como una pasarela: modelito tras modelito. Y no es que me moleste su obsesión por estrenar. En absoluto. Me gustan las mujeres que se arreglan, que se preocupan por su aspecto, pero en el caso de Cifuentes todo se queda en eso. Si prescindimos de su manida frase “Con la corrupción, tolerancia cero”, su aportación a la política es nula. Su discurso es simplón, ramplón, demagógico, vacío, sin contenido.
Su renuncia al máster es la mejor prueba de cargo de que hubo irregularidades y trato de favor en su obtención. Ninguna persona seria, responsable y que se tenga un mínimo de respeto a sí misma renunciaría a un título obtenido reglamentariamente. Lucharía hasta el final, contra viento y marea, en defensa de su honor, de su crédito y de su prestigio.
Que no piense que la renuncia pone punto final a su responsabilidad. Sería tanto como justificar que a un ladrón cazado in fraganti le bastara devolver lo robado para quedarlibre de culpa. Deberá asumir, de un lado, la vergüenza de haber utilizado el poder para incrementar irregularmente su currículo y, de otro, las posibles responsabilidades penales que puedan derivarse de su participación en un suceso tan execrable. Pide perdón, pero en política solo cabe la dimisión.
Rajoy se equivoca de nuevo apoyándola. Actitudes como esta desprestigian al PP más de lo que está y lo hará caer en las próximas elecciones generales en favor de Ciudadanos.
Si lo de Cifuentes es vomitivo, el caos, el amiguismo, el sectarismo, el nepotismo, el tráfico de influencias que se ha destapado en la Universidad Rey Juan Carlos es deleznable y es un botón de muestra de lo que viene ocurriendo en otras muchas universidades españolas.
Lo acontecido nos presentalascátedras comoauténticos chiringuitos en los que el catedrático actúa como una suerte de señor feudal que decide la vida y destino del profesorado a su cargo con mano de hierro. Y pobre del que se salga de la línea marcada. No medrará. Lo cierto es que se producen en la Universidad episodios de difícil parangón en otros ámbitos. Piénsese, por ejemplo, en los manuales de las asignaturas. Escritos por el catedrático, son los que se recomiendan a los alumnos. Se garantiza así un mercado de venta segura que se renueva cada año.
En la Rey Juan Carlos este mercado había adquirido proporciones catedralicias. Hasta se había creado como organismo autónomo un chiringuito para el catedrático Álvarez Conde, el denominado Instituto de Derecho Público, que tenía vida propia, incluida la económica, y que recibía encargos millonarios por parte de la Comunidad de Madrid.
De esos polvos, estos lodos. Nuestra democracia es un lienzo al que le faltan aun muchas pinceladas.