Rajoy llegó tarde a la sesión del Congreso en la que comparecía a petición propia en el debate monográfico sobre las pensiones, lo que, además de suponer una falta de educación y de cortesía parlamentaria no solo con los Diputados de la Cámara Baja, sino con los millones de pensionistas que, a buen seguro, pretendían seguir la sesión para tomar conocimiento directo de la posición oficial del Gobierno sobre un asunto que preocupa a toda la sociedad, ponía de manifiesto un pasotismo total. Rajoy también llega tarde a la hora de plantear los parches que dejó esbozados, demostró una falta de respeto hacia los pensionistas, dejó claro que el problema le es ajeno, pero, además, tergiversó la realidad -lo que vulgarmente se llama mentir- y coaccionó al resto de los grupos parlamentarios con un chantaje impropio de un político sensato supeditando cualquier medida sobre las pensiones -en particular la subida de las de viudedad y las de los jubilados que menos cobran- a la aprobación del presupuesto, único aspecto sobre el que se expresó con claridad.
En el resto, la opacidad fue total: ni una sola medida concreta, ni un resquicio de esperanza. Nada. Solo trató de ganar tiempo. Manejó las cifras que le interesaban, pero silenció que fue él el que gastó los 67.000 millones de euros de la Caja de la Seguridad Social.
Va a tener suerte y logrará que se aprueben los presupuestos; veremos en qué términos. El voto de Ciudadanos le caerá como la fruta madura una vez que el juez, a petición de la Fiscalía, sobresea la causa abierta contra la Senadora del PP Pilar Barreiro, de cuya dimisión hacían depender el apoyo, que, de ser acusada de los delitos de fraude, falsificación de documento mercantil, prevaricación, malversación de caudales públicos y cohecho, va a ser exonerada de toda culpa. Dios nos libre del «ojo clínico» de algunos jueces y fiscales. El del PNV es un voto debido, una vez obtenido el botín del cupo.
La oposición fue incapaz de ofrecer propuestas creíbles, articuladas, coherentes. Se movió entre el populismo y la utopía, entre el norte y el sur, entre el sistema y el antisistema, entre el posibilismo y el populismo, entre el desorden y el caos. Decepcionante. Rajoy supeditó el aumento de las pensiones al crecimiento del empleo y ofreció cifras preñadas de esperanza. Se crea empleo, cierto, pero precario, con unos salarios miserables cuya contribución a la Seguridad Social es ínfima.
El único empleo en el que suben los salarios es el público, es decir, el que se sufraga con pólvora ajena, verbigracia, con dinero de todos o de nadie, según quien opine. No le tembló el pulso para incrementar fuera del presupuesto, y además prorrogado, el sueldo de los funcionarios en una cantidad cuya proyección rondaría el 15% de aquí al 2020. Frente a la tacañería, generosidad, y además lineal: subirán el mismo porcentaje los funcionarios que cobran 12.000 euros que los que cobran 65.000, lo que es profundamente injusto. Que no se nos malinterprete, nada tenemos en contra de esta subida si no fuera porque ese porcentaje es el que se utiliza como coartada para incrementar los sueldos de los políticos, tanto electivos como de libre designación, así como de afiliados, parientes y amigos que copan los puestos de eventuales y de las numerosas empresas del sector público estatal y autonómico. El discurso de Rajoy de mesura en el uso de los caudales públicos hubiera sido creíble si los hechos no escupieran vómitos de farsa. Eso es lo verdaderamente ofensivo. Pero, ya se sabe, Rajoy, como buen católico, aplica la máxima «la caridad bien entendida empieza por uno mismo». I