Extinguirse sin estar muerto

El mal de Alzheimer es la enfermedad de la memoria y principal causa de demencia entre la población a partir de la mediana edad. Es un morir sin  estar muerto. Los pacientes se encierran como una crisálida fuera de la  realidad debido a una gradual pérdida o deterioro de la capacidad cognitiva. El mal destruye  paulatinamente las células del cerebro y los recuerdos se borran y con ellos la esencia primogénita de las que nos hace humanos. Los  afligidos  seres se hallan fuera del círculo de la realidad  palmaria y sentida.

Esa niebla que nada deja traspasar, es uno de los estragos del intelecto, y el enfermo, una vez posesionado de ella está fuera de la concreción del tiempo que marca su existencia.

Es en el epicentro de la familia donde el drama toma magnitud de tragedia inconmensurable. Alguien, una esposa,  lo expresa afligida:

“Si pudiera tan siquiera en algún momento recordar un rostro, la mirada del hijo, la sonrisa o la palabra de algún ser que amó y convive a su lado, eso sería  reconfortable. Pero no; aún existiendo entre las paredes de la casa, él está   andando el  sendero sin retorno del olvido”. En sus memorias escritas como un diario,  Max Aub escribe el 4 de marzo de 1960 en su casa de Paris sobre su amigo Paulino Masip, el novelista catalán autor de “El diario de Hamlet García”:    

“Paulino viene a comer. ¡Qué tristeza!” Y relata la escena con toda mesura:  

“Le asoman las lágrimas a cada momento cuando se acuerda de algún hecho preciso. Ojalá piense como está; es decir, ojala no coordine dándose cuenta de su aspecto lamentable.

Recibo una corta esquela en la que una amiga de años dice con apesadumbrado sentimiento de su esposo periodista: “Joaquín se nos va, tiene Alzheimer. Apenas nos reconoce. Deambula por la casa mirando sin ver. Todo su esplendoroso pasado de amplios triunfos periodísticos en radio y televisión se ha evaporado de su mente. No  sabe ya ni  quién es.

El mal es una gradual pérdida o deterioro de la capacidad cognitiva causada por varias enfermedades. Destruyen las células del cerebro y termina olvidándose del propio yo.  

Se estima que en Venezuela existen en la actualidad más de  doscientas mil personas afectadas de Alzheimer, y es, ante la crisis hospitalaria que padece e país, un problema sanitario y familiar de primer orden.

Hace una década se anunciaba que los últimos avances  de la ingeniería celular permitirían a la raza humana  vivir más y mejor. Y eso estamos. Mucho se avanzo en el conocimiento del mal que nos ocupa hoy esta columna. De momento se ha logrado inmunizar a ratones contra esa causa. El logro ha sido un paso más en un largo proceso que arrancó con el descubrimiento de las mutaciones genéticas relacionadas la enfermedad. Teniendo en cuenta que el riesgo de padecer esa malaventura tiene un componente hereditario, este avance ayuda a mejorar el diagnóstico y el tratamiento de la dolencia para poder conseguir un mejoramiento “sobre una de las más terribles dolencias del espíritu, la que al bloquear los recuerdos y borrar el presente, hunde en la soledad más yerta a quien la padece”, dice uno de los especialistas.

En dos estudios en la revista “Nature”, se refería  a  los resultados conseguidos en roedores con un fármaco, “formado por pequeñas dosis de la proteína beta amiloide y desarrollado por científicos de la Universidad de Edimburgo (Escocia) y de la compañía farmacéutica irlandesa Elan”. El día en que los roedores cumplieron  unos meses, la memoria y la capacidad de aprendizaje se probaron en un laberinto acuático. Para salir, tenían que encontrar una plataforma oculta. La misma fue un éxito: todos los ratos la realizaron. Cuatro meses después, se volvió a efectuar el experimento, pero con distintos resultados. Mientras los roedores vacunados encontraban la plataforma de salida sin problemas, los que no habían recibido ningún tratamiento eran mucho más torpes y se perdían con facilidad.

La lucha contra el Alzheimer aún no ha ganado la batalla. Se han conseguido mejores. Nuestro celebrero es la realidad más complicada de cuerpo humano: solamente se conoce de él un 25 por ciento, y de su  totalidad, apenas usamos el diez por ciento.



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