Lo ocurrido en las elecciones catalanas del pasado jueves guarda muchas similitudes con los suicidios vitales colectivos. El hombre es, juntamente con algunos cetáceos que encallan voluntariamente en la costa hasta morir, el único ser del universo que se quita la vida voluntariamente. Desde que Karl Marx elaborara su teoría sobre la enajenación del ser humano, se construyeron otras muchas en torno a los fenómenos del suicidio colectivo atribuyéndolo a estímulos psicóticos e ideas delirantes impulsadas por sectas que dominan y controlan la voluntad de los individuos que las integran. ¿Qué razones pueden impulsar a un importante número de catalanes a elegir una opción que conduce al caos social, económico y político?
Suele decirse que la culpa es huérfana, pero en este caso concreto y sin remontarse a épocas pretéritas de gobiernos que han mirado para otro lado ante el creciente fenómeno de adoctrinamiento de masas llevado a cabo en las escuelas e institutos, germen del actual catalanismo recalcitrante, la debacle del PP y el querer y no poder del PSOE tiene como máximos responsables a sus líderes nacionales. Rajoy, por mantener un partido plagado de dinosaurios, que viven de la política. La aplicación del 155 ha sido tardía y la convocatoria de elecciones precipitada. No se puede calendar un proceso electoral en plena efervescencia de los movimientos políticos y judiciales. En muchos votantes prevaleció la idea de castigo antes que la razón. Pedro Sánchez, por ser un demagogo. Impidió que el 155 se proyectase sobre los medios de comunicación y ello fue determinante ya que permitió que los independentistas mantuvieran el control de las televisiones y radios catalanas. Ridículo. El PP será fagocitado por Ciudadanos también a nivel nacional. El discurso de Rivera es claro, joven, limpio, actual, dice lo que queremos oír quienes somos partidarios de la ley, del orden, de los cambios tranquilos. Encandila. El del PP es similar, pero pronunciado por quienes ya han agotado su ciclo político. O emprende un relevo generacional o está acabado. Los resultados son los que son, pero cabe preguntarse si en Cataluña triunfó realmente la democracia. ¿Hay democracia si el elector no tiene conciencia real de las consecuencias de sus actos? ¿Hay democracia cuando los ciudadanos y los candidatos son insultados y perseguidos por sus ideas? ¿Hay democracia cuando se distingue entre nativos e invasores? ¿Hay democracia sin respeto?
Aun admitiendo que hay democracia, lo cierto es que el pueblo ha votado mayoritariamente a Ciudadanos pero acabará gobernando no el que más votos ha obtenido sino el que más apoyos parlamentarios obtenga. Así es el sistema y ello quizá deba llevar a reflexionar sobre la necesidad de cambios. Del fenómeno ya se ocupó Maurice Duverger quien, en su libro «La democracia sin el pueblo» analizó cómo esas «legales» combinaciones que se traducen en gobiernos de tres, cuatro y más partidos fueron la causa de que en Francia cayera la IV República. Tuvo que llegar De Gaulle para establecer un sistema electoral mayoritario a dos vueltas que impidió que esa «democracia sin el pueblo» fuera irreconocible para los votantes. Claro que De Gaulle era un estadista. España es diferente. Hay mucho demagogo que habla de regeneración, de establecer vínculos fuertes entre electores y elegibles, pero cuando el PP propuso que fueran alcaldes los más votados en las listas, se montó la marimorena. Ya lo dije en otras ocasiones, las patologías de la democracia se combaten con más democracia, y un referéndum a nivel nacional sobre la independencia de Cataluña zanjaría definitivamente este problema. Entretanto, la cabra siempre tirará al monte.