¿Quién es la noticia?

Hay una práctica en el periodismo y en la gente que hace comunicación que viene reforzándose como si fuera legítima en el ejercicio de la profesión: se trata de la confusión del rol de facilitador o proveedor de la noticia con el de ser la noticia en sí mismo. Recordemos que los periodistas contamos los hechos, desconocidos para el gran público.

Hay quienes se creen que el hecho de ser periodistas o comunicadores automáticamente les confiere la posibilidad de ser noticia, independientemente de que no escapa a mi conocimiento el hecho de que la consagración, el trabajo y la disciplina pueden llevar a un periodista o comunicador a convertirse en noticia. En la importante y valiosísima tarea de tener al público informado, el periodista tiene muy bien definido su papel, de manera que resulta deprimente el notable desacierto de que el periodista o comunicador trate de sustituir la noticia. Somos mensajeros, no conductores de un realty show.

Hay, en la historia del periodismo, innumerables casos de profesionales que han saltado al estrellato por su consagración, como hemos dicho. En Iberoamérica tenemos muchos ejemplos de periodistas que alcanzan a ser noticia por los aportes que hacen, o debido a que pasan a jugar otros roles en la vida. Están los casos de Letizia Ortiz Rocasolano, que se casó con el Príncipe de España; J.J. Benítez, quien ha escrito más de 50 libros, uno de ellos El Caballo de Troya, con más de 5 millones de ejemplares vendidos. El español, además, dirigió el documental Planeta Encantado, de gran éxito. En América Latina citamos al más laureado de los escritores, Gabriel García Márquez, cuya obra periodística está recogida en los diarios colombianos para los cuales trabajó con gran acierto, y luego de su paso a la literatura, llegó a ser el escritor más leído de habla hispana.

Aquello que hagan o dejen de hacer estos tres personajes, se convierte en noticia; pero quien cumple la función de periodista, de contar lo que pasa, no debe sustituir la información, pues ésta se definió desde tiempos remotos.

Desde que el hombre se hizo sedentario, buscó protección de la inclemencia del tiempo en las cuevas. Cuenta la historia que en horas de la noche, los jefes de tribus contaban sus experiencias vividas al resto de los integrantes. Las narraciones verbales eran disímiles: desde hechos reales, vividos por ellos, hasta anécdotas salidas de la ficción. Las dificultades para convivir con animales peligrosos y los episodios de enfrentamientos con ellos, el arte de cazar, las relaciones con otras comunidades de lugares remotos, todas estas experiencias eran contadas por un hombre o mujer del conglomerado.

Esto permitió ir hilvanando la historia de nuestros antepasados. Desde entonces existe la persona que cuenta y otros a quienes contarles. El periodista de años atrás se caracterizó por estar en el lugar de los hechos. Hoy, necesariamente no es así. Con los avances tecnológicos experimentados por la humanidad, donde la información es más horizontal, cualquier persona que no maneje la técnica periodística puede contar lo ocurrido. Pero ni siquiera ese factor cambia la función que ejerce el que cuenta los hechos. Quien comunica la información es siempre el mismo, a pesar de que en nuestro país existen periodistas o comunicadores que se pierden en su papel.

Cuando estuve trabajando como reportero en radio, prensa escrita y televisión, viví una edificante experiencia de ejercicio  periodístico que se convirtió en ventana al mundo para mí y mis lectores, tratando de ser una especie de lupa para colocar la noticia en su justa dimensión, de modo que pudiera tener credibilidad. El periodista entonces, era un binocular cuya interpretación de la realidad se afilaba por su preparación, independencia y el hecho de no creerse que era la noticia.

Se pueden contar, sin embargo, escasas experiencias de reconocidas figuras del periodismo o de la comunicación que, en algún momento, se creyeron ser la noticia. El intento de asalto del Banco del Progreso, en la avenida Independencia, el 1º de marzo de 1993, por parte de un médico cuyo rostro estaba cubierto con una máscara, nos recuerda cómo varias de las figuras de televisión trataron de sustituir la función de la Policía. Mal dirigido el operativo de rescate de los rehenes, aquello terminó con la muerte del galeno y una de las mujeres en cautiverio, mientras la segunda resultó con heridas de balas. 

Cubriendo para El Nacional aquel suceso, recuerdo que había una presencia de periodistas de todos los medios, y quienes recogimos las crónicas al día siguiente tuvimos que reseñar cómo algunos de nuestros colegas entorpecieron, sin mala intención, lo que debió ser una operación de rescate sin mayores daños.

Lo que hace a un periodista o comunicador famoso no son los escándalos que pueda generar en torno a su figura, tampoco las malas prácticas de la profesión, que solo lo convierten en cómplice de la confusión, el engaño y la mentira.  

Al concluir con esta modesta reflexión, surgida de mis vivencias, de lo que aprendí en el ejercicio de reportero, debo compartir antes con los lectores algunas ideas de Iñaki Gabirondo, el periodista, presentador de televisión y hacedor de opinión pública español, que en su libro “El Fin de una Epoca”, hace la siguiente puntualización:

“El periodista que consigue llegar a ser una referencia de lo que nos pasa, sabe que para él todas las puertas están abiertas y que la vanidad de los protagonistas de la noticia va a ser una de las fuerzas que el buen periodista usará en su favor y en beneficio de sus lectores u oyentes”. No dejemos, pues, que sea nuestra vanidad la que nos lleve a confundir el papel de periodista con el de la noticia."

 

*Director de Información de la Presidencia República Dominicana



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