El pasado domingo se publicaba en el diario "La Nueva España" una entrevista con el filosofo gallego, Pedro Insúa, profesor de Filosofía, catalogado como pensador de izquierdas y seguidor en su pensamiento de los pasos de quien se considera su maestro: el fallecido Gustavo Bueno.
Pedro Insúa, en clara referencia a los partidos nacionalistas que reclamaron la independencia primeramente en el País Vasco y en estos últimos tiempos en Cataluña, apuntó que "por lógica no caben en la Constitución española quienes quieren romperla". Es un razonamiento tan sencillo y comprensible como contundente, y como tal, parece que no necesita más reflexiones.
Pero no, España es diferente y en algunas cuestiones no se la puede clasificar de otro modo en un razonamiento por sencillo que este sea. Tras la Declaración Unilateral de Independencia, el fugado expresidente Carles Puigdemont Casamajó y los fugados exconsejeros, Lluis Puig, Toni Camin, Clara Ponsanti y Merixell Serret, permanecen en Bruselas conspirando en contra del Estado y aprovechando su tiempo libre para insistir -según sus criterios independentistas- en la ruptura nacional. El exvicepresidente, Oriol Junqueras, en la cárcel junto a otros siete exconsejeros, dedicando sus paseos carcelarios -entre rezo y rezo- a mantener viva la llama del independentismo republicano y alentar a las masas a continuar por el camino de "su verdad". Todos -aún así- tienen la posibilidad de presentarse nuevamente a las listas electorales en los comicios del próximo 21 de diciembre. Esta circunstancia forma parte de "esa España diferente".
Ahora, incluso, los políticos presos solicitan su puesta en libertad para poder hacer campaña. ¿Alguien se imagina, por ejemplo, a un atracador de bancos, a un corrupto, o a un maltratador solicitando que se les deje provisionalmente en libertad para poder salir a hacer prácticas a pie de calle?. La situación por absurda es preocupante.
Como preocupante es la "masa borreguil" de todo el proceso. ¿O se debe llamar de otra manera?. En estos últimos tiempos, la ruptura social en Cataluña es evidente, 2.600 empresas se han marchado o deslocalizado de la Comunidad; ayer, sin ir más lejos, la Agencia Europea del Medicamento, que tenía todos los papeles -después de marcharse de Londres por el Brexit- para situarse en Barcelona, ha decidido desechar la capital catalana. Se han perdido 1.000 puestos de trabajo directos, 5.000 puestos indirectos, 300 millones de euros anuales de negocio, relaciones comerciales con otras 160 empresas, convecciones multitudinarias, congresos, negocio turístico en definitiva. Bien, pues, la "masa borreguil" sigue luchando incansablemente por la liberación y la recuperación política de quienes están llevando a Cataluña al desguace. Y les seguirán votando.
La ignorancia bien aprovechada es cosa de sabios. No hay más que comprobar que, según la propaganda nacionalista catalana, de haber conseguido la independencia, el Estado amenazó con un baño de sangre y con volquetes de muertos en las "carrers" (calles), y que según la propaganda de sus homólogos valencianos, mediante vídeos propagandísticos en las escuelas, han coronado a Jaime I, El Conquistador, nacido francés, como nuevo Rey de Cataluña.
¡Aragón existe!