No hace mucho que sonó la voz de alarma en la comarca cántabra de la Trasmiera y ello por partida doble, primero porque algunos vecinos de Valencia protestan por el tañido de las campanas - la forja de campanas es una de las principales actividades del concejo y prueba de ello es que una campana de allí fue el regalo de Cantabria a los Reyes cuando se casaron - y en segundo lugar porque se está despoblando . Sus habitantes tienen una media de edad de cuarenta y siete años, porcentaje que incluso supera Asturias y que ha obligado hace unos días al Gobierno del Principado a presentar un Plan Demográfico con un presupuesto de 360 millones de euros.
Estamos envejeciendo y con ello aumentan los gastos: medicinas , consultas, alimentación adecuada, transporte, terapias, propinas, aguinaldos… y las dificultades de muchos para hacer frente a los mismos, pero con ser grave esto, no es el motivo central de estas líneas, sino una reflexión que periódicamente me invade y que me hace recodar un cuento de infancia que da título a este artículo, y que trata de un niño de cuatro años que al ver el trato indigno que sufre su abuelo, al que obligan a comer con una cuchara de madera, coge su navaja y un trozo de madera, y al preguntarle sus padres qué hace, éste sin pensarlo, les dice que una cuchara de madera para cuando ellos sean mayores.
El cuento tiene muchas variantes, algunos en vez de cuchara hablan de plato. No recuerdo el autor. Sé que lo leí en uno de esos libros de los años sesenta que en su lomo llevaban el título de “Lecturas graduadas”, y puedo deciros que su enseñanza o moraleja me ha acompañado siempre, con las salvedades y distancias que marca el paso del tiempo. En aquel entonces no existían Residencias, Geriátricos, ni Centros de Día, y los mayores solían despedirse del mundo en el entorno familiar que sigue siendo el mejor lugar para despedirse , por aquello de “al perro y al niño donde le den cariño”. A los asilos sólo iban los desamparados que no tenían familia , carecían de recursos o vivían solos. Hoy la situación ha cambiado. Cada año se inaugura alguna residencia nueva en Siero. Las causas, motivos y necesidades son muchas: tipo de sociedad, vida, familia, la incorporación de la mujer al trabajo, creencias y valores, el progreso técnico, los avances de la ciencia …No voy a caer en el clásico y tópico de todo tiempo pasado fue mejor, pues España globalmente y desde el punto de vista material y económico ha dado un impulso considerable, y aún espero un futuro mejor, pero hay que dejar las cosas claras, marcas prioridades , porque son muchas las obtusas fuerzas del mal que quieren confundirnos, desestabilizarnos, enfrentarnos, y a ello tenemos que poner coto, límite, fin. Y es que al paso que vamos y según lo que vemos, no se podrá comer “pitu” el día de la fiesta del pueblo. Entre tanta confusión me vienen a la cabeza las indicaciones del profesor de Religión cuando me dijo aquello de que: “Cuando honramos a nuestros padres que nos dieron la vida damos gloria a Dios...".
Creo que debemos devolver al ser humano el papel de protagonista de la sociedad, de modo que todo lo que se haga sea en su beneficio , sea cual sea su edad, origen, profesión o creencia. Y digo todo esto porque últimamente da la impresión que todo vale, que todo está permitido, que los números o el balance de resultados justifican los mayores atropellos; ya nadie se acuerda de la anciana de Reus que el pasado invierno murió al quemar su casa por no poder pagar el recibo de la luz.
No se sostiene que en épocas de escasez de población, se penalice a la mujer por ser madre. No se sostiene que los abuelos, verdaderos sostenes de la economía productiva de esta país – si no fuera por ellos muchas familias las pasarían canutas- no tengan el cariño de los suyos y ni siquiera la cuchara de madera de otras épocas.
No hace mucho me encontré con un personaje cervantino que le decía a un vecino y amigo: ¡Que tus hijos te den una buena vejez!, algo que no a todos preocupa y que, sin embargo, debemos replantearnos, si de verdad queremos una sociedad humana y fraterna. En plena época de la llamada sociedad líquida o gaseosa, de culto al yo y desprecio al prójimo , de inmadurez y locura , no viene mal recordar un cártel que figuraba en las tiendas de Pola de Siero de hace algunos años, en plena campaña de Navidad en pro del Asilo, y que decía: “ Donde estoy, estarás…”
Y es que ahora que arrecia el cambio climático, una vez más se comprueba que el progreso real de los pueblos depende más de la moral que del dinero y del poder. Creo que ahí todos debemos hacer un esfuerzo, y es que sin amor no somos nada.