Repaso algunos de los libros de Álvaro Mutis que tenía olvidados. Moran sobre la rinconera formando parte del tálamo en el que me adormezco o me pierdo entre brumas de espectros
Con ese hidalgo de sorprendente palabra se pueden recorrer en el barco de Maqroll El Gaviero - cascarón de hierro flotante - los ríos navegables, el océano abierto, los piélagos lejanos y profundos, hasta amarrar en los malecones de puertos exóticos, donde yo también estimé la brisa de otros mundos, los besos fogosos de mujeres esperando ansiosas en el bar de la bahía, y el sabor empalagoso del vino macerado en añejas cráteras griegas.
Cada cierto tiempo, llevado por un arrebujado de bruma que indefectiblemente nos estremece, solemos regresar al Mediterráneo a restañar viejas heridas supurantes, y esas aguas en que escritores de la talla de Kavafi, Lawrence Durrell, Joyce, Paul Bowles o Mahfuz, tañeron sonidos de caracolas y desnudaron sus propios fantasmas, nos reciben sin un reproche.
En estos septenarios, el mar de las civilizaciones, la filosofía, el trigo y sin mareas – solamente cuando el viento de Levante se desmelena, retiemblan las costas - estaba en calma y ceñido en un intenso azul oscuro.
Sobre esas bocanadas saladas vinieron a sus playas de guijarros y arena, civilizaciones cargadas de cántaros de miel, poesía épica, melodías arrastradas tras las columnas de Cartago y de Creta, cuando los trovadores y marinos de Capri sembraban de azafrán los labrantíos de Trípoli y Alejandría.
Tiempo atrás, solíamos venir a sentarnos a estas orillas. Éramos jóvenes y atrapábamos la luz con nuestras propias manos y con ella hacíamos luciérnagas. Media esperanza se entretejió entre las ramas de sus pinares negros.
Cierta anochecida, antes de nuestra partida para ir a “hacer las américas” y comenzar una nueva singladura que aún no ha encontrado sosiego, abrimos un hueco en la playa y enterramos el libro “Amirbar”.
Estaba roído del uso y en cada página escondíamos una pasión desenlazada. No dudábamos de que ella – la mar – comprendería las palabras del Gaviero y jamás nos olvidaría. Tanto así, que el marino y yo nos introdujimos en el salobre agua al encuentro de Abdul Bashur, el idealista de navíos.
“Los días más insólitos los pasé en Amirbar. Dejé jirones y buena parte de la energía que encendió mi juventud. De allí descendí tal vez más sereno, no sé, pero cansado ya para siempre. Lo que vino después ha sido un sobrevivir en la terca aventura de cada día. Poca cosa. Ni siquiera el océano ha logrado restituirme esa vocación de soñador despierto que agoté en Amirbar a cambio de nada”.
En cierta ocasión escuchamos decir a Mutis: “El siglo que me hubiera gustado vivir es el XVIII, con toda su carga de cinismo, de libertinaje, de elegancia, de bien escribir... Esta época de ahora, es exactamente la que no hubiera querido vivir jamás”.
El drama autentico es que cada ser humano es inexorablemente personaje de su propio tiempo y destino.