Aún existiendo desiguales facetas nacionalistas, todas parten de un patriotismo retrógrado fuera del contexto de una Europa unitaria, siendo el más doliente el que ha imbuido hace una semana a la Generalitat de Cataluña.
Lo que parecía una alucinación desatinada, algo demencial, lo está consiguiendo una variopinta caterva de mentes que, aún siendo concisas en algunos planteamientos, vuelven a demostrarle a la realidad que el raciocinio enaltecido no es ninguna garantía de poseer un sentido proporcional de lógica.
En medio de ese pandemónium desatinado un conglomerado minoritario antitodo, la CUP consiguió, con 10 diputados, desalojar en enero 2016 al presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas, y llevar al cargo a Carles Puigdemont, un político que comenzó a presentarse desde el primer día como el jefe de un Gobierno “rebelde” cuya meta estaba centrada en la independencia de Cataluña y de los Países Catalanes bajo un slogan un poco largo y, aún así, reflejo inequívoco de lo que pretende conseguir: “Una nación independiente, desligada de las formas de dominación patriarcales”.
El patriotismo chauvinista es un nacionalismo atiborrado de complejos que toda izquierda emergente aprovecha a favor de su propia mitomanía sembrada de un concepto de nación que, si no falso, es engañoso. En él imperan los sentimientos sobre la razón y sirve de comodín para manejar tenazmente a las multitudes.
Hace unos meses, viendo ya venir el desbarajuste en que Cataluña está convirtiendo a España, recordaba en otra columna una frase manoseada y no por ello menos válida: “La política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación”. Innegable verdad.
Cualquier exaltado de ton y lomo puede salir al remolino del irreverencia y crear con sus ínfulas mesiánicas un hatillo público, ya que siempre tendrá quien le siga cual piara en descampada.
Si hace unos meses, aún viendo la escalada de xenofobia en un sector político catalán, nos hubieran dicho lo que iba suceder hace unos días, lo hubiéramos negado con total firmeza.
No se olvide que todo nacionalismo se fructifica al máximo de la propaganda en medios afines de comunicación asidos como instrumento de manipulación. En Cataluña sobran ejemplos. Además, reparemos solamente en “Técnica de un Golpe de Estado” de Curzio Malaparte.
Alfonso Guerra comparó la secesión catalana con el nazismo de Adolf Hitler, recordándonos que “todos los fascismos habidos han nacido de un movimiento nacionalista”. La reciente historia europea lo avala.
Tras unos días de pavor en tierras de Mercé Rodoreda, y por ende en España, llegó el momento de hablar a calzón quitado. Aplacados mucho los ánimos, el diálogo se impone, ya que esa probidad es uno de los valores más extraordinarios que posee el ser humano.