Lo acaecido en el Parlament de Cataluña es un acto demarcando en el absurdo, la prueba de que en democracia, cuando se la siembra injurias y desprecios, sus valías se ven arrastradas a la ignominia, mientras se desabriga ella misma ante el conjunto de España merecía mejor tratado de los secesionistas que han bebido de sus ubres a partir de 1978.
Se puede recordar que el tiempos de la II República, siendo su presidente Manuel Añaza, se encajonó en la cárcel a todos aquellos exaltados catalanes que declararon la emancipación en esa época.
En ese entonces el jefe del gobierno, Juan Negrín, pronunció unas palabras que hoy siguen poseyendo un albor directo.
“Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con él ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga a pedir dinero, y más dinero”.
Lo dice al dedillo el certero refrán bien conocido: “Catalunya es bona si la bolsa sona”.
La encrespada acción del catalanismo independiente es un juego más complicado que el ajedrez, y aún así, haciendo uso de la astuta brisca, ese esparcimiento del pueblo en donde el sentido común, la picardía y muchos años moviendo barajas nos enseñan a no dejarse engañar, es un atenuante digno de tener bien en cuenta.
En eso está España actualmente, con la salvedad de que esos movimientos de sotas, caballos, espadas y bastos, se está haciendo sin el más mínimo pudor dentro del parlamento catalán donde hay encajonados un grupo de exaltados: los 10 de la Candidatura Unidad Popular (CUP), denominada izquierda anticapitalista de inspiración leninista que, que unidos a “Junts pel Sí” y otros partidos (62 escaños en total), se ven en la imperante necesidad de apoyarse mutuamente si desean obtener, como lo han hecho, la mayoría en el Parlament.
Esos diez jacobinos vienen obligando besar el suelo del palacio renacentista barcelonés a los tres mandamases del actual Govern de Catalunya: Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y la levantisca Carmen Forcadell.
Alguien lo señaló en tiempos de María Castañas: el nacionalismo pierde sus valías cuando los individuos ofuscados en esa acción, con poco sentido y nada de lógica, viajen al encuentro del mundo abierto. No es nada nuevo: transitar carreteras y cruzar océanos enseña en demasía, abre el intelecto y aviva la conversa.
Sobre la emancipación de Cataluña se viene hablando largo y tendido hace tres siglos. En medio hubo golpes, asesinatos, peleas, falsas historias, hipocresías, nacionalismo de baja estofa, engaños y un abundante odio hacia todo lo que sonara a España, nación de un pasado histórico asombroso.
Tras la muerte del absolutista Franco, se proveyó de una Carta Magna que los ciudadanos avalaron – incluida Cataluña - bajo la cobija de sus representantes en las Cortes, y ahora, unos políticos “catalanenses” crecidos al donaire de las libertades constitucionales del aprisco nacional, le asienta deshonestamente un machetazo.
Vuelve la heredad carpetovetónica hacia un pasado que ya se pensaba olvidado cuando en esa Cataluña - quien la conoce la admira y respeta - se observa la amoralidad de sus lenguaraces segregacionistas envueltos en apetencias descomedidas.
Las palabras del poeta Eugenio de Nora deberían abrigar a la nación española en su conjunto bajo el cielo de la unidad:
“Yo no canto la historia que bosteza en los libros, ni la gloria que arrastran las sombras de la muerte. ¡España está en nosotros!”.