Desde que hace cuatro millones de años, en un rincón de Tanzania, en la garganta de Olduvai, los primates bajaron de los árboles y salieron erguidos a la sabana, quedó fijado el nacimiento de la humanidad y, desde entonces, se han tratado de delimitar las diferencias entre el ser humano y los animales. Pensar, reflexionar, analizar, evaluar, reconocer la diferencia entre el bien y el mal y decidir entre ambos, son algunos de los rasgos definitorios.
Hay sujetos que, a pesar de los esfuerzos científicos que se han hecho para precisar estas distinciones, se esmeran en negar la historia de la humanidad y se comportan como auténticos animales irracionales. Para Gustavo Bueno serían imbéciles sociales, seres peligrosos, personas cero, chimpancés.
Viene esta disertación a cuento de la manifestación celebrada en BCN el pasado sábado en la que un grupo de sabandijas, incapaces de sentir, convirtieron lo que debería ser una muestra de dolor en una manifestación independentista, profiriendo gritos, pitadas e insultos contra las autoridades del Estado que, en una gran muestra de solidaridad, quisieron hacer partícipe el dolor de todos los españoles por el atentado terrorista. Son chusma, gente incapaz de vivir en sociedad, que está dando un auténtico golpe de estado utilizando la democracia para acabar con la democracia.
No es la primera vez que Cataluña intenta independizarse. Ya lo hizo en el año 1934 al proclamar el Estat Catalá. En aquella ocasión, ante el olvido por parte del Presidente de la Generalidad de los deberes que le imponía el cargo, su honor y su responsabilidad, ante su posición antipatriota, ante la locura separatista, el Presidente del Consejo de Ministros de entonces proclamó el estado de guerra en todo el país, sembrando el germen de la guerra civil. La historia debiera hacernos reflexionar.
La Proposición de Ley de transitoriedad jurídica y fundacional de la república presentada ante la Mesa del Parlamento, cuya lectura provoca vómitos democráticos, constituye una afrenta, una declaración de «guerra», un ataque frontal al sistema frente al que el Estado debe reaccionar de inmediato con firmeza, utilizando todos los recursos que el ordenamiento jurídico pone a su alcance, que son muchos y muy eficaces. Basta de bromas, basta de quiebros, basta de atentar contra la Constitución. Ha llegado el momento de poner freno a esta sarta de insensateces, de chulerías, de desafíos.
No creo en el hombre de Hobbes, ni de Rousseau, ni de Locke, ni de Freud, ni de Aristóteles ni de Platón. Creo que la materia prima de los hombres es la misma en todos los países. Lo que cambian son las instituciones, los incentivos positivos o perversos que estas generan y la cultura y la educación, y en Cataluña se están educando hombres que representan un peligro para la democracia y la convivencia pacífica, auténticas amebas cuya única misión en la vida es escindirse. Una extraña alianza de la derecha catalana con una extrema izquierda, que, siguiendo a Lenin, considera que los nacionalismos favorecen la subversión y constituyen, por tanto, un medio de acabar con el Estado al fragmentarlo, crea un clima irrespirable que es preciso oxigenar con la pureza de la ley.
El PP tiene una oportunidad de oro para aparecer ante la sociedad como el defensor de la Constitución, del orden, de la legalidad, de la paz, de la igualdad y de los procedimientos, auténticos estandartes de la democracia. Si el PP gana esta batalla quedará vacunado de todos los pecados que haya podido cometer y asegurará una mayoría holgada en las próximas elecciones.
Como afirmó Lincoln, en un discurso pronunciado el 16 de junio de 1858, «una cosa dividida contra sí misma, no puede mantenerse en pie».