Descansado sobre la gruta de Matromania cercana al monte Tiberio y la Villa Lovis en la Isla de Capri, contemplo la costa de Sorrento, el pueblecito de Positano, y un poco más lejos Ravello. En aquel lugar uno piensa que la belleza de la naturaleza es un don impagable.
He venido despacio entre un sendero lleno de matojos, pinos y lentiscos. Salí de la Cartuja de San Giacono con un libro bajo el brazo para sentarme a leer cuando el viento marino se aplaque.
Y despacio, como lo piden los cánones de la antigua Apragopolis, subimos de Marina Grande, teniendo de guardián de fondo al Monte Solaro, a “La Piazzeta” o Plaza de Umberto I, en Capri ciudad. Algunos toman el teleférico construido en 1907 que en apenas cinco minutos nos llevan a la plaza, pero nuestro guía desea que palpemos el inmenso mar azulino, el olor penetrante de las flores y los hermosos recodos del empinado camino que nos va presentado a lo lejos el Golfo de Nápoles.
“La Piazzeta” es el lugar mundano de la isla. Uno, sentado a la caída de la tarde cuando el cielo se cubre de un tenue bermellón en una de las mesas del Gran Caffé Vuotto, contempla la vida de la isla pasar como si de una proyección cinematográfica se tratara.
Ya han terminado los últimos días de agosto y la isla de Tiberio sigue siendo un hervidero mundano de gente llegada de todos los lugares. Pienso que si hay desheredados aquí son la mayoría de sus habitantes y mi persona. Uno va con lo razonable para ver y caminar.
La crónica es corta y no da tiempo para mucho. Uno recomendaría a quien visita la isla con la pasión del turista curioso y observador, el paseo a los jardines de Augusto a poca distancia de la Cartuja de San Giacomo; el camino – obligado – de la vía Krupp, sube con portentosos recodos escavados en la roca.
La vía de Tragara - si fuera posible verla al atardecer cuando la luz es más sugestiva - es magnífica. Abajo, inmóviles, los farallones majestuosos y en alguna parte a ras del agua “La cueva azul”.
Para el cronista que borronea estas líneas la visita a la casa de Curzio Malaparte, autor de “Madre Marchita”, “Malditos toscanos”, “Kapputt” y “La Piel”, es un instante emotivo.
La vivienda, definida como “triste, rígida y severa”, se alza, igual un barco a punto de salir del caladero al encuentro del mar en Punta Massullo, y es de una indescriptible cruda belleza semejante a la escritura del italiano.
De regreso, subida a la Villa San Miguel. Encumbrada cerca de Anacapri, es una atalaya en donde el autor sueco - médico, filántropo - Axel Munthe, pasó parte de su vida y esbozó allí su reconocida “Historia de San Michele.
Hay en una de las galerías de la vivienda la escultura de un Hermes que descansa y un dios Olimpo que representa el símbolo mundano de la isla.
Ya es muy entrada la noche mediterránea y la cuartilla, y quizás el cansancio merecido, no da sobre la mirada para solemnes bellezas más.