Rajoy, piel de rinoceronte

Una de las características más destacadas de los rinocerontes es su gruesa piel, coriácea y de gran dureza, formada por capas de colágeno, que va desde los 1,5 a los 5 centímetros y que articula una auténtica armadura gracias a la cual no tiene que temer a ningún otro animal viviente excepto al hombre.

            Hay muchas clases de rinocerontes, blancos, negros, de Java, de Sumatra, indios. ¿Cómo sería un rinoceronte gallego? Seguramente, se parecería a Rajoy: taimado, acorazado, enigmático, confuso, difícil de entender, epítome del galleguismo o gallego de un modo no peyorativo, como le gustaba decir a Rosa Díez.

            Sus únicos enemigos son las moscas –algunas cojoneras- y los parásitos. Ambos depositan los huevos en su piel, aunque salvo en el caso de algún parásito de su propia estirpe del que le cuesta trabajo desprenderse -lo que me ha sugerido calificarlo en alguna ocasión como «melifluo»-, ni siquiera llegan a eclosionar, por lo que el daño es inapreciable.

            Será difícil encontrar en el panorama político de los países democráticos un personaje con la fuerza mental, psíquica y física capaz de superar las duras pruebas a las que fue sometido y, además, ganando elecciones, lo que evidencia el nivel del resto de los partidos y la confianza que generan en el electorado.

            Desde el rescate bancario, pasando por los papeles de Bárcenas, los batacazos electorales, el desafío secesionista, hasta su declaración como testigo en el caso Gürtel, acontecimiento este último de dudosa gestación y de nula eficacia, pero que le sirvió para reivindicarse como un gran torero, el panorama no podía ser más devastador. Aun así, salió indemne. Dicen, también, que se le entregaban sobres con dinero. Quizás, pero no creo que exista un parlamentario nacional o autonómico, e incluso un político con un cargo de relieve, con más de quince años de antigüedad, que no haya percibido sobresueldos. Y quien afirme lo contrario que exhiba las cuentas del partido y que explique a qué se destinan las subvenciones que se reciben de los respectivos parlamentos. Y que no se amparen en el Tribunal de «Cuentos». A buen seguro hizo suya la receta de Winston Churchill: «Si estás atravesando un infierno, sigue adelante».

            La decisión de su presencia como testigo dio la apariencia de tener ribetes políticos.

            En cuanto a la testifical en sí misma, supuso un auténtico varapalo a los abogados de la acusación popular cuyas preguntas se asemejaban más a las propias de un debate televisivo, en particular en la cadena que se dedica a hacer política sin asumir los riesgos de la política, que a un interrogatorio jurídico, serio, incisivo pero inteligente, capaz de poner al testigo en aprietos. Rajoy literalmente se los merendó.

            Se cumple con Rajoy aquella frase de Giulio Andreotti: «El poder desgasta … sobre todo cuando no se tiene» y que la política es escoger entre lo malo y lo peor, entre lo desastroso y lo intragable.

            Vivimos en una sociedad que está mirando permanentemente por el espejo retrovisor en lugar de mirar por el parabrisas, olvidando que el camino que tienes por delante es más grande que el que dejas atrás. Conduciendo así, metiéndose en más líos que un abogado matrimonialista de Houston, no es extraño que los ciudadanos voten por un partido lastrado por la corrupción, pero con las ideas muy claras, sobre todo en lo que afecta a la unidad de España, principal problema al que nos enfrentamos en los próximos años.

            Quizá nos hagamos tributarios de la frase: «Éramos felices y no lo sabíamos».

 

 

 

 

 

 

 



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