Es innegable que Hugo Chávez y su política llevaron a muchos venezolanos de la ilusión al desengaño, y aún así, la situación del país no había llegado a la actual marabunta, cuando vemos que la Constitución de la República, salida de una incuestionable Constituyente - no la hipérbole de Nicolás Maduro del pasado día 30 de julio-, respetaba valores, leyes y libertades, mientras el actualmente decaído socialismo del siglo XXI se hizo agua salobre, hiel, despotismo y corrupción a espuertas.
Si Nicolás Maduro no rectifica – y no lo podrá hacer ante el grupo de bravucones políticos que tiene a su lado -, el chavismo, como partido político, se hundirá en el fango.
La gobernabilidad posee muchas facetas, y una básica es saber hacer uso en el momento preciso del sentido común. No ha sido la oposición quien lo ha ido derribando todo: lo fue, y lo sigue siendo, la desastrosa forma de administrar la nación, con grupitos adosados al patio del pez que escupe agua en los estanques del Palacio de Miraflores, sede del gobierno, y que hemos visto desfilan, una y otra vez, en diversos cargos ministeriales tras fracasar repetidamente en cada uno de los anteriores. Nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos.
El verdadero enemigo del jefe del Estado se halla dentro de su entorno y él lo sabe. Ya no está Fidel Castro abocado a expresarle lo que debería hacer, de la misma forma que en su momento preciso le dijo a Hugo Chávez, cuando la existencia misma se le iba por los poros del espíritu, que nombrará candidato a la presidencia a Nicolás, al representar para la isla el tablón de su salvación económica.
Los sopotocientos nominados a dedo en la Constituyente con alma de aparecidos si así nos atenemos a las declaraciones de los técnicos de las maquinas electorales de Smartmatic, representan en su mayoría al chavismo antediluviano. Son la voz de su amo, incapaces de enfrentarse con denuedo a los brumosos problemas existentes, tanto políticos como económicos. Pavoroso saber al día de hoy que para comprar un dólar son necesarios 16.000 bolívares.
Si a esto acoplamos unos medios de comunicación oficialistas marcados por el servilismo, nos damos cuenta de la caída estrepitosa de un movimiento político que en pleno siglo XX trajo esperanzas anhelantes a la mayoría de los venezolanos. Parte de la oposición al presente está repleta de chavistas desilusionados que han aguantando lo indeciso.
Nadie en el gobierno hace un mea culpa. Los desarreglos provienen de los aduladores de faena y soldada, de los enemigos externos de la revolución, y así seguirá siendo para estos malogrados hasta que terminen de hundir al fondo del mar Caribe la carabela o bongo que representa al país.
Quien no se haya dado cuenta a estas alturas de la debacle, de que la tierra de Simón Bolívar se ha convertido en un latifundio personalista, cuyo único fin será un régimen sui generis de un solo partido mal avenido, de una sola idea y desigual ideología, debería despertar de su adormecida modorra.
El Presidente Maduro actúa con las características del autócrata displicente. Vilipendia al mandamás Trump, con razón o sin ella, y no obstante entregó a su campaña electoral la friolera de 500.000 dólares.
Nota aparte: con ese dinero se hubieran adquirido miles de medicamentos tan necesarios en Venezuela, algo inaudito en un gobierno que vocea su socialismo.
El balance de la Constituyente impuesta a juro el pasado domingo es gris llegando a negro. No hay libre albedrío en el ecuánime concepto de un derecho impreso en la Carta Magna, sino andrajos que van trenzando una red de dictatorial a juro.
La situación presente en Venezuela es saber hacia donde va una encrucijada que solamente debería marcar una dirección hacia una llamada “Vía de la Democracia”.