El próximo día 30 de este mes de junio entrará en vigor una reforma del Registro Civil referida al orden de los apellidos que pueden llevar los menores que, hasta ahora, en el momento de inscribirse estaban obligados legalmente a llevar como primer apellido el del padre.
Personalmente esta reforma me llega tarde. Una buena parte de mi vida pensé que mi segundo apellido, el de mi madre, hubiera dado más musicalidad, más notoriedad, más de una cierta importancia a mi nombre. Pero por cuestiones legales siempre me tuve que aguantar -no sin cierto complejo de inferioridad- con el primero, con el de mi padre.
Llegué a contemplar otra posibilidad: juntar el primero y el segundo como hacen las familias importantes y de pedigrí. Hubiese sido una alternativa para el relumbrón de mis tarjetas de visita. Pero dejé pasar el tiempo y no afronté esa posibilidad hasta llevarla a buen fin.
Ya escribí anteriormente que mi segundo apellido -sobre todo bien pronunciado- previsiblemente me hubiera aportado un plus de importancia y, sobre todo, de satisfacción personal en un mundo tan exigente y competitivo. Ha sido una pena que la reforma del Registro Civil se produzca a estas alturas de la vida.
Nota final: el primer apellido de mi padre era Fernández y el primer apellido de mi madre era Fernández. ¡Casi nada!