En la mantuana Caracas, los balines, gases, metras y perdigones están amputando de cuajo lo anhelos de docenas de muchachos camino de ser ramalazos refulgentes de un futuro actualmente macerado. Observado esa apesadumbrada situación se llega a la conclusión de que los actuales mandamases poco apego sienten – salvando sus propios intereses - hacia valle de los toromaimas.
Existe una teoría cíclica basada en el desarrollo de las civilizaciones, en que éstas no son sino el resultado de la respuesta de un grupo humano a los desafíos que sufre, ya sean naturales o sociales.
A partir de esa conjetura, unos pueblos crecen y prosperan cuando su respuesta a un desafío liberal no sólo tiene éxito, sino que estimula una nueva serie de retos centrados en la separación de poderes; una nación decae como resultado de su impotencia para enfrentarse a unos gobernantes que han resquebrajado los zócalos democráticos.
Es ineludible: o se dialoga con total abertura o el despotismo nos cercena, ya que el país deberá ser cabalmente de todos Tarea nada fácil de conseguir si la persona llamada a tomar el hilo de la convivencia, creyéndose ungido con la verdad, intimida a sus contrarios con la conflagración.
Ante tan punzante situación, la animadversión ha llegado los extremos más exacerbados. Aventurarse actualmente a una Asamblea Nacional Constituyente es manifestar con exceso que la Constitución de la Republica Bolivariana firmada en 1999 es un total fracaso del Comandante fallecido.
Ante esa “verga seca” del velero, la herencia de Hugo Chávez hizo agua, y mientras el nuevo timonel que maneja el barco no lea bien las cartas de navegación, la embarcación – país se estrellará contra los arrecifes.
Fue Thomas Mann en “Fragmentos de la libertad”, un escrito hilvanado en la complejidad de una época apabullante - el resurgimiento del nazismo-, quien planteó la necesidad de ser honestos ante la libertad, la única opción válida para la dignidad humana.
El Gobierno no está dispuesto a ceder ni un ápice, se empecina en llevar adelante su proyecto excluyente, siendo a razón de esa dureza que el sendero de la democracia, aún estando arqueado de obstáculos y saturado de de fuerzas antimotines, debe llegar a ganar los derechos inalienables que corresponden a cada ser humano. Todo hombre o mujer es libre por el mero hecho de serlo.
En sus historias florentinas Maquiavelo se preguntaba: “¿Habéis considerado lo que significa la libertad en una ciudad como ésta, y cuan gallardo es el nombre de la libertad, a la cual ninguna fuerza doma, ningún tiempo consume y ningún mérito contrapesa?”.
No es ésta una frase al voleo, ella encierra el sentir de una sociedad que busca su destino aún sobre intolerancia y la imposición de parámetros ideológicos no cónsonos con su natural idiosincrasia.
Los movimientos sociales nacieron pataleando sin descanso, una y otra vez, miles de veces: delante se levantaban, impidiéndoles el paso y sus cantos, piquetes, alambradas, barreras policiales, tanquetas, gases y la voz ronca de uniformados castrenses sosteniendo en sus timbales ocultos en las gargantas yertas, órdenes represivas venidas del lúgubre palacio del autócrata contra la humanidad de la protesta.
Cuando este drama llega a su punto más álgido, la obediencia se torna adulación y la decadencia púdica se babea ante el rastrerismo yerto.
La hora amarga ha rebasado la pasividad; el aire sabe a azufre, los cielos nublados y la desesperanza hace tiempo anidaron en el alma. Ya no hay ilusiones, sino aterradoras pesadillas y solamente a lo lejos tal vez exista un resquicio de ensoñación.
Ese día, cruzar la tramontana de la angustia y la consternación dependerá únicamente de cada uno de aquellos venezolanos creyentes en los valores imperecederos de la democracia.
No son palabras huecas. Es el clamor del espíritu al contemplar las rapacerías contra este pueblo herido hasta el tuétano.
La primera estrofa del himno nacional de Venezuela exclama: “¡Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó!”.