Cuando se ha vivido la tragedia venezolana de los últimos años, esa que aún continúa viva, abrasadora y feroz, se hace imposible olvidarla. Nosotros, a cuenta de los tornasoles del destino, estamos ahora lejos de esa marabunta hiriente y aún así, la distancia no amaina la pesadumbre que nos envuelve.
Han pasado años azarosos desde 11 de abril 2002 con un intento de golpe insólito contra Hugo Chávez, y nadie sabe con certeza lo acaecido en ese torbellino demencial. No será siempre así, en algún momento se sabrá la verdad, aunque a sabiendas de que el país ha ido hacia un despeñadero dictatorial espeluznante. El desmadrar sangrante ese día le ha costado caro al pueblo, y es que esa oblación exigía la Revolución Bolivariana. El poder absoluto con ellos o de nadie.
La verdad es hija del tiempo, no de los espadones de turno. Hubo muertos a bocajarro, muchos, los verdaderos verdugos, andan sueltos, recubiertos de lisonjas, mientras los subyugados son culpables de disparar sin arma de fuego y masacrar sin balas.
La sombra pétrea de la revolución bolivariana, igual a la marabunta, va inapelablemente cercenando toda oposición, y los que no ceden al chantaje o las canonjías, son gradualmente reducidos al máximo en áreas de la memoria embargada en el Palacio Miraflores, sede del poder ejecutivo.
El futuro político es la uniformidad, el pensamiento lineal. Desde entonces todo se va cubriendo de presencia castrense y pelotones de matones chavistas. Parte del amplio espectro de televisión lo ocupan los apegados al sistema, y docenas de emisoras al servicio del régimen, fiscalizan férreamente el éter. Los pocos diarios que no se han plegado al gobierno apenas cuenta con el papel suficiente para salir a la calle con 8 páginas.
Debemos señalarlo una vez más: si no hay unos atabales estridentes, en tierra de Simón Bolívar, esos que suelen escuchar los pueblos cuando su historia va hacia un despeñadero, el país caribeño terminará siendo una nación de un solo elector.
Difícil en los actuales momentos desentenderse de la amenaza que empuja, de forma irremediable al abismo, a esa tierra de gracia.
Venezuela, terruño de afanes y esperanzas, se haya imbuida en una insondable oscuridad. Los valores de la democracia son triturados, convertidos en carcoma y lanzados al mar de la ignominia. Cada día se expande más el desazón, la destemplanza y los lamentos.
Las personas de buena fe, creyentes en esa lobreguez alargada venida de los crepúsculos, se van desencantando cada vez más, al estar frente de un Estado dubitativo con dotes de mago suburbano envilecido, y cuyo don pasmoso va triturando a un pueblo ansiado de libertad.
Existe poca o ninguna nobleza en el chavismo - madurismo hacia la sociedad venezolana que no comulgue con sus obleas ideológica, al ser el Socialismo del Siglo XXI una caterva de personajillos que han llegado al poder con los pensamientos corruptos y una sed de aborrecimientos monstruosos.
La entrada de Hugo Chávez “al patio del pez que escupe agua” bajo una esperanza ilusoria, se hizo pedazos y acrecentó con Nicolás Maduro. Han trascurrido casi dos décadas y cada movimiento sigue siendo una señal inequívoca del renacer de los ultrajes perpetuos.
En hora tan menguada recordemos a Manuel Azaña: “La libertad necesaria no hace felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres”.